Él término utilizado para sustituir hasta lo que entonces se conocía como violencia doméstica -violencia machista- no ha servido para terminar con los asesinatos ni con los malos tratos en los hogares.
Más bien, como señala en nota de prensa la Asociación pro justicia, organización que defiende los derechos de padres separados y maltratados, ha ocurrido todo lo contrario. Desde diversos colectivos como la Asociación Feminista por la Igualdad se han felicitado a la ministra de Sanidad, Ana Mato, por su valiente utilización de otros términos -violencia en el entorno familiar- a la hora de condenar el asesinato perpetrado en Roquetas de Mar. Unas palabras ajenas al lenguaje progre tan en boga y que sólo ha servido en muchas ocasiones para hacer ver el maltrato como algo completamente normal. El efecto que se ha conseguido, ha sido a veces nefasto.
Las condenas y el bombardeo mediático sólo han servido para que el maltrato por parte del hombre hacia la mujer sea visto como algo usual y frecuente, incluso entre adolescentes. Estamos asistiendo impávidos a la popularización de la figura del malote mediante campañas ridículas donde el niñato maltratador tiene cara de atractivo vampirito sacado de una película de la saga Crepúsculo. Los hechos nos demuestran que otro feminismo es posible. Las buenas intenciones a veces las carga el diablo. Y es que, como señala la Asociación Gallega de padres y madres separados, las feministas radicales contribuyen a perpetuar la situación de la inmensa mayoría de mujeres, mientras permiten el progreso personal de minorías elitistas que están muy lejos de representar la reivindicaciones de un colectivo mucho más heterogéneo y maltratado que demanda verdaderas reformas estructurales que afecten al corazón del sistema
Sara Olivo
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