Desde mediados de los años 90, se ha puesto de moda el cine de época, Todos tenemos en mente las agradables adaptaciones llevadas a cabo sobre las novelas de Jane Austen (Sentido y Sensibilidad, Orgullo y Prejuicio, Emma etc). Los franceses también se han querido subir al carro de las comedias románticas de clásicos pero el resultado es bastante desolador.
Nunca digas nunca está inspirada en una obra del escritor francés Alfred de Musset. Pero si en las comedias de
Valentín es un joven libertino, especialmente interesado por el juego. Su tío, un comerciante de tejidos apellidado Van Buk, pretende que cambie de vida realizando un matrimonio de conveniencia con la inteligente hija de una baronesa. Pero, lejos de lo que pudiera parecer, ese empeño matrimonial no es una cuestión desinteresada sino que con esa boda el comerciante pretende lograr un nuevo aire en su boyante negocio.
Los responsables de la película la anuncian como un retrato pícaro y divertido, ambientado a comienzos del siglo XIX en Francia. Una época en la que los nobles vivían en la miseria y resurgía imparable una nueva clase económica: la burguesía. Pero en la puesta en imágenes, el cineasta Civanyan ha optado por realizar una película tremendamente grosera, de desarrollo trasnochado y tópico en el que se hace hincapié, innecesariamente, en varias secuencias procaces que se desarrollan en un salón de juego-burdel.
Llama la atención que a este proyecto tan desacertado se haya sumado el gran actor Gerard Jugnot, el inolvidable profesor de música de Los chicos del coro y director de la también afortunada Monsieur Batignole. A sus admiradores habrá que advertirles que esta película nada tiene que ver con lo que hemos visto con anterioridad de este actor-director.
Para: Los que crean que la frivolidad grosera tiene algún encanto