Sí, digo mal llamada, porque una píldora, una pastilla, en definitiva un medicamento es un producto que sirve para curar.
Todo lo contrario que ocurre con la P.D.D. que no entiendo por qué la califican como medicamento, ya que no sirve para aliviar, sino que intenta anular la fertilidad, e incluso matar a la nueva criatura, si ya se hubiese fundido óvulo y espermatozoide, además de producir en la mujer graves hemorragias, al impedir que el embrión pueda anidar en el útero.
O también se puede implantar en dónde puede, por ejemplo una trompa, un ovario, el peritoneo, etc., lo que se llama un embarazo ectópico, de alto riesgo para la mujer, ocasionando nauseas, que dependiendo de la asiduidad de las tomas puede producir trastorno en el aparato reproductor femenino, en las mamas, o puede tener repercusiones en el sistema nervioso, gastrointestinal o menstrual, e incluso hasta trastornos de la piel y del tejido subcutáneo.
Pero, como la ministra de Sanidad aseguró afirmativamente en su día: ¡Qué no pasa nada! Qué las píldoras del día después, se pueden vender sin receta, ya que no tienen contraindicaciones de ningún tipo o sea que daba a entender que se podían vender como si fueran caramelos o chicles.
Pues sí, que ha pasado, y ha pasado que las ventas de ésta mal llamada píldora se han multiplicado por diez su venta en farmacias. ¿Quiénes han sido los beneficiarios? Las farmacias y los laboratorios que han incrementado sus ventas. ¿Y, quiénes han sido las perjudicadas? Como siempre la mujer, que sigue siendo negocio para todo. ¿La mejor inversión, el cuerpo de la mujer? En pleno siglo XXI continúa la esclavitud de la mujer. ¿Qué dice a esto la ministra de la Desigualdad?
Nieves Jiménez