Causa horror y estremece las fibras más íntimas de nuestro ser, la noticia del hallazgo de un niño de pocas horas entre los desperdicios.
No es imaginable la actitud de corazón de hielo de la madre que lo ha abandonado. Pero, puestos a buscar causas de tal comportamiento, una destaca con fuerza sobre las demás: la que mira a la formación, a la educación de esa madre en los valores humanos y cívicos.
Cuando se socavan los fundamentos de la convivencia social, en nombre ciertas libertades -al contemplarlas, surge impetuosamente un egoísmo feroz, adobado con los mejores ingredientes hedonistas y materialistas- y se desechan y desprecian las normas morales y humanas, se está contribuyendo a que abunden casos como el que nos horripila. Porque no vale argumentar apelando a los instintos naturales: el homo hominis lupus suena demasiado cerca como para no pedir continuadas y constantes acciones educativas correctoras de las naturales desviaciones humanas.
Si la familia es la primera célula educadora de la sociedad, ¿qué podremos pensar del dato citado por el profesor Méndiz, respecto a las cuatro horas diarias de promedio que el niño pasa ante el televisor, y del hecho de que este aparato suplanta a la familia, a los compañeros de juego, al deporte y a la vida social?
Si la mayor parte del tiempo libre de los niños, sobre todo el del fin de semana, se consume delante del aparato de televisión, ¿cuándo hablan con sus padres, cuándo salen con sus amigos, cuándo leen y juegan, cuándo se divierten? En definitiva, ¿cuándo se educan?
Clemente Ferrer
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