Me lo comentaba un sacerdote que, por razones de oficio, había visto morir a mucha gente, había asistido a muchos moribundos: "No, en el momento cumbre de la vida, en la muerte, puede llegar el arrepentimiento definitivo o la rebelión suprema. Yo he visto a un hombre morir blasfemando".
No es lo que se dice una grata noticia, pero es cierta (ese pequeño detalle, la verdad, que para muchos de nuestros comunicadores, especialmente empresariales, debe subordinarse a la profesionalidad).
Como dice el viejo refrán castellano "no se debe hablar ni de la piel hacia dentro ni de la cintura hacia abajo", así que, naturalmente, nada de nombres. Pero lo cierto es que muchos de los grandes tótem de la era progresista se están muriendo. Lo del paso del tiempo es una auténtica vergüenza: no perdona ni a los intelectuales que sacrifican su vida a cambio de gloria efímera y de una vida lo suficientemente cómoda como para poder coordinar y planificar el futuro de la humanidad.
Pues bien, dejando a un lado los nombres, todo lo de piel hacia adentro y todo lo de cintura hacia abajo, lo cierto es que muchos de esos maestros de la era progre están en lo que podríamos llamar la etapa final. Y muchos de ellos, al parecer, están dispuestos a morir blasfemando. La verdad es que para todo maestro (académico, literario, universitario, político, periodístico), que haya creado escuela, o al menos que haya forjado su club de fans, resulta muy difícil, aún en las puertas de la muerte, cuando grandes y ricos se igualan y confunden, pronunciar la frase terrible: Me equivoqué, os he conducido a donde no debíais haber venido jamás. Dad media vuelta.
Porque sí. Porque es sabido que todo ídolo acaba por convertirse en esclavo de sus admiradores. Apenas puede desviarse del camino marcado, el que él mismo inició pero cuyo trazado siempre acaba por escapársele de las manos, como los personajes de un libro se escapan de la voluntad de su autor para seguir su propia vida por la vereda del alfabeto. Pero me temo que el progre tiene que hacerlo. Se puede vivir en silencio, pero no se puede morir en silencio. La muerte siempre es estridente y exige que el protagonista se retrate. De otra forma, se venga. Y la muy puñetera ejerce su venganza en el momento crucial.
Percibo muchos ejemplos últimamente, pero ya lo saben: no hablaré ni de piel hacia adentro ni de cintura hacia abajo. No es nada elegante.
Eulogio López