Gracias, Majestad, por habernos permitido matar a nuestros hijos, sin correr riesgo penal alguno.
Mil gracias, Majestad, por no haber escuchado a los retrógrados que intentaban echarnos a perder el disfrute de nuestros derechos legítimos a obtener placer sin tener que soportar sus consecuencias.
Gracias, Majestad, por haber legitimado la primacía del Estado por encima de los padres a educar a nuestros hijos en la moral legítima establecida por el Parlamento de manera democrática.
Mil gracias, Majestad, por permitir a nuestras hijas adolescentes a vivir libremente su sexualidad, sin tener que rendir cuentas a nadie, ni siquiera a su propia salud.
Gracias, Majestad, por hacer del acto de matar al más débil un derecho de la mujer, en vez de favorecer su maternidad con ayudas de todo tipo.
Mil gracias, Majestad, por desoír las estupideces de su esposa, la Reina Sofía, que se atrevió en un libro a contradecir los valores establecidos por un Gobierno legítimamente elegido.
Gracias, Majestad, por ser el Rey de la parte de los españoles más progresista y poder imponer nuestra visión de sociedad al resto de los españoles.
Mil gracias, Majestad, por mirar a otro lado mientras firmaba una sentencia de muerte irremediable de tantos millones de niños que nunca vendrán ya a molestarnos.
Sólo siento un poco de pena, Majestad, porque, como Pilatos, cuando llegue ese juicio final tras la muerte, usted no podrá mirar para otro lado y tendrá que ver y sentir, irremediablemente, tanto dolor y desesperación causadas por un gesto tan valiente como el suyo.
Mil gracias, Majestad.
José Ángel García Zamorano