Sr. Director:

El asesinato de sacerdotes,  la persecución anticatólica además de la  quema de iglesias y conventos empezó a los pocos días de proclamarse la II República, en 1931. El Gobierno no hizo nada por impedir estos atentados desde un principio.

Estos reprobables actos se acentuaron por parte de las izquierdas, aunadas en el Frente Popular, con el alzamiento de la media España que luchó en el bando de Franco. El odio hacia la fe cristiana llevaba incubado en el pueblo hacía ya muchos años, por parte de las izquierdas, que hacían responsable de todas sus desgracias a la Iglesia Católica, por lo que había que exterminarla, como de hecho hicieron en gran parte.

La Iglesia acató la República en general, no se posicionó a favor del bando franquista hasta julio de 1937, mediante la Carta Colectiva del Episcopado, y cuando había sufrido el destrozo incendiario en miles de templos, se habían asesinado 12 obispos y cerca de 7.000 sacerdotes y religiosas, muchos de ellos trabajaban entre los más pobres. En dicha Carta Pastoral, por cierto, perdona a sus atacantes, siguiendo el testimonio de Jesucristo.

La Ley de Memoria Histórica hubiera sido una buena oportunidad por parte del Gobierno para pedir perdón y desagraviar a la Iglesia por el daño causado entre 1931 y 1939 por parte de quienes se autodeclaran herederos de "los rojos". Sin embargo, ha resultado una Ley sesgada, tergiversadora y rencorosa, pues entroniza acríticamente a un bando y vilipendia al otro, lo que anima el rencor y reabrir heridas que se suponían cerradas por la Transición.

La legitimidad del Gobierno Republicano deja mucho que desear: las elecciones de 1931 eran municipales, para cambiar alcaldes y concejales, no generales, como las que interpretó a su conveniencia la izquierda política. Para empezar, obligaron al rey a exiliarse. Decir que la actuación del Gobierno de la República fue "democrática" con sus oponentes religiosos  e ideológicos, a los que persiguió sin escrúpulos desde el principio, fue más bien totalitaria.

Los 498 beatificados el 28 de octubre en Roma fueron asesinados por odio a la fe, no lucharon en bando alguno y murieron perdonando a los que los mataban. Es abominable la politización que algunos han querido hacer de las beatificaciones.

Isabel Bermúdez Espejo

bermudezespejo@yahoo.es