El caso Gedeprensa, así como los top manta, han puesto sobre el tapete los derechos de autor en España. Un informe norteamericano calculaba que los derechos de autor mueven 8 billones de dólares al año (billones europeos, no anglosajones, es decir, un millón de millones).

Lo malo es que una buena parte de ese dinero no se va a los creadores, sino a los profesionales del Copyright, a los intermediarios de los derechos de autor, por lo general abogados que han montado su "chiringuito" para apadrinar autores de todo tipo y sangrar a distribuidores, medios informativos y, a la postre, a los propios creadores.

La sangría de los intermediarios no cesa. Es famosa la historia del galerista, en cuyo local exponía un artista. Aparece por allí un representante de VEGAP, o Visual Entidad de Gestión de Artistas Plásticos, y sin hacer ni caso de su cliente, el pintor propiamente dicho exige al galerista una cantidad por el catálogo de la exposición. Es verdad: al artista le habían dicho en su día que si se apuntaba a la cuadra VEGAP le liquidarían derechos. Naturalmente, no le han facturado ni un clavel, pero aprovechan su nombre para facturar al galerista, al pérfido empresario, si ustedes lo entienden. En su página WEB, VEGAP advierte que el derecho de autor es un derecho humano.

Los intermediarios del Copyright, los afanosos luchadores contra la piratería, responden al biotipo de leguleyo o de lobbysta. Mejor, de ambas cosas a la vez. Porque el objetivo final de este nuevo intermediario es obtener un respaldo legal. Si no se consigue, se trata de crear un cuerpo de aguerridos leguleyos, que antes de darte los buenos días ya te están puesto una querella. La SGAE es el modelo a seguir, por prepotencia, amor a las querellas y por imposición de un sistema único con el que sangrar a canales de televisión y emisoras de radio: cobrar sobre el total de facturación, independientemente de los derechos de autor que "utilice" la emisora o el canal de televisión. Y en el sector mediático audiovisual hay verdadero pavor a la SGAE. 

Ejemplos de lobby legal exitoso o máquina de hacer dinero a cargo del muy humano derecho: la asociación CEDRO, creada por el insigne vicepresidente de la entidad Juan Mollá, quien ha situado en la Presidencia (esto siempre es necesario) a un apellido ilustre: Josep M. Puig de la Bellacasa. 

CEDRO consiguió que la Ley de Propiedad Intelectual en vigor diga que la venta de fotocopiadoras tendrá un canon en la venta al público, en función de la velocidad de fotocopiado. Por ejemplo, una máquina capaz de hacer 50 fotocopias por minuto tiene una tasa extra de 222 euros... y todo ese dinero va a parar a CEDRO.

Lo mismo pasa con los impuestos extra de cintas de casettes, CD o DVD, así como con los reproductores de estos tres soportes: todos ellos llevan su impuesto extra en origen que va a parar a las distintas sanguijuelas, que, bajo un montón de siglas, se dedican a proteger los muy humanos derechos de los muy humanos actores.

Pero lo más divertido es el objetivo inicial con el que nacieron todos estos comisionistas, que, si no han alcanzado el nivel de multimillonarios, sí se han constituido en una especie de nueva clase media-alta. Porque CEDRO nació, y obtuvo respaldo legal, en nombre de la defensa de las fotocopias privadas de obras literarias. Había que proteger a los autores de los miserables piratas que fotocopiaban sus libros.

Naturalmente, el que quiere un libro se lo compra y la editorial paga sus derechos al autor; no se dedica a fotocopiarlos, porque la lectura de un texto fotocopiado no es precisamente agradable. Al final, se demostró que del total de reprografías, ni un 10% correspondían a obras literarias. Apuntes académicos, sentencias judiciales y documentos administrativos, se llevan la palma. Es decir, que los intermediarios de CEDRO no defienden a los autores, se defienden a sí mismos y a su comisión.

Gedeprensa no es más que un intento de los grandes editores para pasar de contribuyentes a recaudadores. Por eso quieren, con apoyo de la futura Ley de Propiedad Intelectual y del Tribunal de Defensa de la Competencia, cobrar a las empresas que realizan resúmenes de prensa. El PP les apoyaba; el PSOE no dejará de favorecer a los señores de la prensa frente al periodismo independiente de Internet: todo sea por los derechos de autor.

Insisto, la empresa se enfrenta en el siglo XXI a tres tipos de termitas, más peligrosas cuanto presentan una imagen de solidaridad y modernidad incontestables: las ONG, los especialistas en medir la reputación corporativa y los intermediarios del Copyright. Y nadie, nadie, se atreve a decir que el emperador va desnudo.

Y todo esto está relacionado con el giro que se está produciendo en la industria cultural e informativa, la más relevante de todas y que pasa por el eterno problema del crecimiento de la "elefantisis", es decir, del crecimiento desmesurado y no incontrolado, sino demasiado controlado.

Me explico. Los liberales (suponiendo que queda alguno) aún no han caído en la cuenta que la batalla del siglo XXI no es la de lo publico contra lo privado, la del Estado contra el individuo, sino la de lo grande, sea público o privado, contra lo pequeño (que nunca es público ni corporativo). Por ejemplo, una multinacional, una S.A o una ONG de gran tamaño son tan enemigos de la libertad individual como el más tiránico de los gobiernos.

En este sentido, Gedeprensa, la unión de editores que quieren cobrar un canon a los hacedores de resúmenes de prensa (press-cliping), no sólo buscan fastidiar este negocio, eso sólo es el primer paso.

Los Polanco, Bergareche, Castellanos y Pedro J., no quieren controlar a los que fotocopian y analizan la información que emiten. Lo que realmente pretenden, como todos los grandes, es el monopolio, en este caso el monopolio más peligroso de todos: el informativo. Como mal menor, sólo aceptarían el oligopolio. Y el oligopolio informativo, es decir, el Sistema Informativo, es el mejor camino hacia el pensamiento único.

¿Cómo se consigue este oligopolio global? Pues, editando cualquier flujo de información que no sea intraempresarial, es decir, que no esté controlado por esos grandes magnates de la prensa. Los grandes multimedias saben que sólo un balance impresionante puede financiar toda la cadena informativa, desde el enviado especial a Bagdad, hasta el corrector, locutor o presentador de televisión que codifican esa información en Madrid.

Por cierto, la creación de toda esa cadena informativa no significa que la información resultante sea más veraz. Al final, por muchos que sean los medios de una gran empresa informativa, seguirán dependiendo, incluso el periodista que trabaja a pie de obra, de la misma fuente informativa: en el caso de Iraq, el mismo portavoz militar norteamericano, es decir, del poder político. El enviado especial a Bagdad no sabe lo que ocurre en Basora. 

Así que los grandes multimedia no pueden permitir que la información fluya y sea codificada y analizada por una página web, cuyo titular escribe desde el barrio de Carabanchel o desde un pueblo de Lugo. Entre otras cosas, porque podrían analizar esa información de forma más veraz. Es como aquel famoso portavoz bancario español que nos comentaba a los periodista: "Llego yo más lejos que vosotros leyendo las líneas que vosotros  escribís".

Este es el sentido último por el que Gedeprensa intenta suprimir el derecho de cita en la próxima Ley de Propiedad Intelectual. La invocación de los sacrosantos derechos de autor, por parte de los controladores del mundo mediático, no es otra cosa que una medida protectora de sus ganancias.

¿Y como hay que pelear en esta batalla de los grandes contra los pequeños? Pues, en tanto emisores de información, todos lo somos, optando por lo pequeño, negándose a crecer. Hace tiempo que Internet se enamoró de la micro empresa y ésta de la Red. En tanto que receptores de informaciones, la técnica consiste en buscar lo marginal. Verbigracia: los periódicos de barrio, las televisiones locales, las radios independientes y, desde luego, Internet.

Además, cuanto más grande es un medio, más interés y condicionamientos tienen sus creativos, es decir, sus redactores. Buena prueba de ello es que en el panorama mediático actual, las grandes figuras son los empresarios, antes desconocidos. Y otra prueba, es que los directores, en teoría la cumbre del quehacer periodístico, o las grandes estrellas de la radio, se han convertido en gestores pendientes de las cuentas de resultados y de los compromisos publicitarios y financieros... y así interpretan la realidad y producen la información que producen.