Separase temporalmente es como dejar de comer temporalmente. Si lo dejas demasiado tiempo, es que estás muerto: o tú, o el matrimonio, o los dos. Don Jaime de Marichalar y la Infanta Elena, hija primogénita de los Reyes de España, han decidido aparcar su matrimonio… temporalmente. Si lo he entendido bien, se trata de una suspensión transitoria de su actividad matrimonial. La verdad es que ni el derecho civil ni el canónico contemplan esta posibilidad, pero eso es lo de menos. Ahora sí, la dinastía española ha entrado en el proceso degenerativo de las casas reales europeas, aunque ese proceso ya comenzara cuando el príncipe heredero matrimonió con una divorciada. Es decir, hemos alcanzado la modernidad, que tanto tiempo se nos ha hurtado a los españoles.

Topamos con un nuevo motivo para que la progresía se congratule con la Zarzuela. El grupo PRISA ya lo hizo tiempo atrás, desde que surgiera en el horizonte el fenómeno Letizia -ahora doña Letizia-, y ahora hay un motivo más de tolerante alegría: una infanta que se separa. La alegría sería completa si la separación fuera definitiva, y no temporal, como debe ser toda separación que se precie, pero eso es todo lo que tenemos. En cualquier caso, la talluda progresía española cuenta ahora con un nuevo motivo para acentuar su tendencia monárquica y pararle los pies, de una vez por todas, a Carod-Rovira. En suma, nuestra monarquía entra en el mundo de la progresía, cuyo postulado ideológico más profundo puede resumirse así: "Abajo los curas y arriba las faldas".  

Ahora bien…

Toda separación constituye una tragedia enorme, independientemente de la catalogación jurídica que se le atribuya: divorcio o lo que sea. Es, simplemente, una entrega, o dos entregas, naufragadas. Podemos bromear con el amor todo lo que queramos pero la banalización del sexo sólo conduce al hastío del sexo y la trivialización del divorcio sólo conduce a la desesperación del desamor. Así que mi más sincero pésame a SAR Elena de Borbón y a don Jaime de Marichalar. Se enfrentan a uno de los más desolados panoramas que pueda afrontar un ser humano: el fracaso de aquello donde entregó su ser. No pienso concluir si el divorcio es bueno o malo. Lo que ahora quiero decir es que constituye un fracaso demoledor.

Luego está el significado institucional, ese del que nos preocupamos, o al menos nos ocupamos, los periodistas. La Monarquía es historia, ciertamente, pero en el siglo XXI los Reyes son, ante todo, un referente moral. Esa continuidad a lo largo de los siglos ha provocado que muchas Casas Reales sean el espejo donde se miran millones de personas, incluidos muchos republicanos, para otorgar la venia de normalidad a todo tipo de actos. La idea es que "si los Reyes hacen algo es que ese algo es bueno, o al menos es aceptado como tal". Obsérvese que no podría decirse lo mismo de quien verdaderamente posee, o detenta, el poder: el Gobierno no es una referencia de moralidad -a veces incluso lo es de inmoralidad- para nadie. Se puede apoyar a un Ejecutivo o denigrarlo, votarle o escupirle, denostarlo o alabarlo, pero nunca será un referente moral, ni para sus seguidores ni para sus adversarios. Los políticos llevan impreso en sus genes la horrible marca de la caducidad, y la ética, o es permanente o no es ética.

A la monarquía el pueblo le exige un comportamiento ejemplar, incluso cuando no se lo exige a sí mismo. Uno puede ser el perfecto incoherente, pero no le gusta que el Rey lo sea.

Dice Luis María Anson, que de reyes sabe un rato, que en el mundo moderno la monarquía sólo sobrevivirá si el pueblo lo percibe como útil, si sirve para algo. No estoy de acuerdo, salvo que caigamos en el más prosaico utilitarismo. Perdurará el Rey en su trono si la gente admira su comportamiento, incluso cuando no lo comparte. La monarquía, la borbónica y cualquier otra, sobrevivirá a la creación de unidades supranacionales y a las modas políticas, así como a la muerte de las ideologías y al renacimiento de las identidades, siempre que se constituya en referencia moral. Y si no, efectivamente, se disolverá. Si no dan buen ejemplo, no harán falta revoluciones republicanas: a la propia sangre azul le faltará sangre roja para cumplir con su deber, que no es el de gobernar, sino el de ser mirados y admirados por sus súbditos, que no se someten a su poder, sino a su buen ejemplo. Porque para pagarle el sueldo a quien comete los mismos errores, u horrores, que nosotros, bien podríamos abonárselo al presidente de la III República. El título es igualmente aristocrático, pero no vitalicio.

O sea, que un Rey puede abdicar; lo que no puede hacer es divorciarse.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com