El documento (Orientaciones morales ante la situación actual de España) de la Conferencia Episcopal española ha sembrado la discordia ya antes de estar terminado. La referencia a la unidad de España vuelve a crispar a un país eternamente crispado.

Esta alusión ha hecho que pase inadvertido otro de los mensajes que se apuntan como seguros: el que se refiere a la negociación con ETA. Los obispos han vuelto a poner el dedo en la llaga: lo único importante es que ETA pida perdón a las víctimas por sus crímenes.

Los obispos siguen aquí la doctrina de Juan Pablo II, y en especial, su genialidad: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón. Podríamos traducir que no hay justicia sin contrición. Y esto, porque el hombre no deje de meter la pata, y porque para progresar hay que mejorar, y para mejorar hay que cambiar: la contrición no es otra cosa que arrepentirse de lo hecho para hacerlo mejor. Si el etarra negocia para alcanzar una paz sin arrepentirse de sus asesinatos, ni habrá justicia ni habrá paz. Como mucho, un frágil alto el fuego que estallará en cualquier momento. O eso, o la paz de los tiranos, donde nadie se atreve a abrir la boca por miedo al castigo.

El amigo Freud hizo mal al denunciar el sentimiento de culpa como algo a erradicar. Se trata del sentimiento más noble ser humano, pero desde el psicólogo vienés hasta aquí, lo único que se oye es eso de yo no me arrepiento de nada. Así nos va.

El Gobierno Zapatero no considera que los etarras tengan que pedir perdón de nada: se conforman con que se comprometan a dejar de matar, a cambio de excarcelaciones, indultos, objetivos políticos como la autodeterminación o la incorporación de Navarra al País Vasco. Y todo eso puede ser discutible, pero sigue siendo una paz injusta, donde se homologa a verdugos y víctimas, Por eso, los etarras juzgando continúan pavoneándose en la Audiencia Nacional.