Sr. Director:
Los hijos, víctimas inocentes del divorcio de sus padres, se ven, en muchos casos, forzados a pagar, con su propia persona, una situación en la que no han intervenido.
¿Qué les ocurre? Sencillamente, si son pequeños, se vuelven inseguros y no maduran; si mayores, penas y problemas psiquiátricos; también, dificultades académicas y hasta conducta problemática. ¡Cuánto saben de esto los que tratan profesionalmente con niños y adolescentes...!
Sí, los niños cuyos padres se separan, no suelen asumirlo y sueñan, como decía el gran psiquiatra Vallejo Nájera, en la vuelta a casa del padre que se fue (aún recuerdo a un alumno mío de doce o trece años que me manifestaba, furioso de rabia, que su padre tenía que regresar). No aterrizan en la realidad. Cuando ellos mismos se casan, suelen confiar menos en su pareja, que tendrá que realizar un gran esfuerzo de comprensión, sin que siempre lo logre, abocados como están tantos a repetir el fracaso de sus padres.
Pienso que las Administraciones públicas no ayudan cuando presentan el divorcio como síntoma de modernidad y de progreso y no como lo que realmente es y supone: un fracaso muy doloroso. Deben poner, además, a disposición de los esposos con problemas de entendimiento, mediadores familiares rectos que les estimulen para canalizar su situación y les alumbren. Desgraciadamente, como hay pasta por los juicios, no faltan abogados que los impulsan a la separación y al divorcio. Hay amigos separados que también influyen negativamente, quizá por el mal instinto de envidiosos, de salpicar a otro cuando se ven manchados de lodo. ¿No será hora de escuchar a los americanos cuando dicen: Si tu matrimonio no funciona, arréglalo? Nos jugamos mucho más de lo que parece.
Josefa Romo Garlito
pepirromo@yahoo.es