Contratar a la consultora Mckinsey es como pagar a tu verdugo. Al menos, eso piensan muchos directivos del Santander Central Hispano (SCH), el primer banco español, que va a poner en marcha un plan de negocios elaborado por Mckinsey (¡Qué miedo!) con seis objetivos distintos en otras tantas áreas. A saber: Valor de la Acción, Banca Comercial (la eterna asignatura pendiente de la entidad), Tecnología, Recursos Humanos, Imagen Corporativa, y Bienestar de los Empleados.
Lo del Bienestar de los Empleados no es cosa de risa, pero hay que entenderlo al estilo Botín, que prepara en la localidad madrileña de Boadilla del Monte un complejo para que todos sus empleados de servicios centrales puedan gastar lo que cobran en los alrededores, que de un megacentro estamos hablando. Desde luego, no van a compartir piscina con don Emilio, pero podrán practicar todo tipo de deportes.
No, lo que provoca desasosiego, especialmente ante la próxima Convención Anual de Directivos, es que de las seis grandes áreas-objetivo de Mckinsey, sólo una será controlada por quien, ahora mismo, en el banco lidera la división correspondiente. En otras palabras, que Mckinsey ha creado la competencia interna, un concepto en apariencia inofensivo, pero que levanta ampollas en cualquier organización (y que al consejero delegado de SCH, Alfredo Sáenz, le encanta, dicho sea de paso).
No es agradable que tu labor sea supervisada por otro, que siempre podrá intervenir si considera que te estás desviando del plan de acción. Al final, todos estos jueguecitos de escuelas de negocios terminan en lo mismo: reforzar la autoridad del primer ejecutivo a costa de reducir las de todos los demás.
Hablábamos de una excepción. En efecto, Juan Manuel Cendoya será el responsable de 'implementar' el plan Mckinsey en cuestión de Imagen Corporativa, es decir, la división que ya dirige. Cendoya está en alza.
Quizás por ello, por ese solapamiento de funciones, los rumores se multiplican en la organización. Se habla de cambios, pero lo cierto es que no tendría por qué producirse cambio alguno. Los únicos cambios son los provocados por el proyecto Mckinsey. Pero Mckinsey, en cualquier caso, siempre deja cadáveres en el camino.
Además, ¿quién vigila al vigilante? Por ejemplo, ¿por qué Emilio Botín se empeña en seguir contratando a quien le provocó decenas de miles de euros en pérdidas en proyectos como Patagon o la alianza con AOL?
Y lo mejor de todo: este solapamiento de funciones, con directivos en permanente auditoría por parte de sus propios colegas-adversarios, lo ha vendido Mckinsey en todas las compañías que ha podido. Para Mckinsey, no existen las murallas chinas. Recuerden que lo suyo es una actividad intelectual y muy creativa. Salvo cuando pasan la factura, el vil metal es lo que menos les interesa.