Sr. Director:

Siento corregir vuestra información de este lunes sobre las palabras que el Papa pronunció sobre la inmigración en la Jornada dedicada a las migraciones, pero lo que dijo exactamente fue que «la realidad de las migraciones nunca debe ser vista "sólo" como un problema, sino también y sobre todo como un gran recurso para el camino de la humanidad». Creo que el matiz es importante.

Asimismo, respecto a la reagrupación familiar, Benedicto XVI dijo que «Espero que pronto se alcance una gestión balanceada de los flujos migratorios y de la movilidad humana en general, de manera que aporte beneficios a toda la familia humana, comenzando con medidas concretas que favorezcan a la emigración "regular" y la reagrupación familiar, prestando particular atención a las mujeres y a los menores de edad». De nuevo el matiz es importante. Y por último : «La justa integración de las familias en los sistemas sociales, económicos y políticos de los países de acogida sólo se alcanza, por un lado respetando la dignidad de todos los inmigrantes, y, por otro lado "con el reconocimiento por parte de los mismos inmigrantes de los valores de la sociedad que les acoge"».

Las anteriores puntualizaciones, que he entrecomillados, son tres matices importantes cuya conjugación sitúan la cuestión en una dimensión más realista y menos ingenua del tema; como corresponde, por otra parte, a una persona de la inteligencia y conocimientos de Benedicto XVI, que no carece de la precisa información sobre un asunto de tanta trascendencia, presente y futura, como éste. Estos matices delimitan suficientemente el contenido, alcance y requisitos de la inmigración para que resulte lo menos problemática posible a las sociedades receptoras, y sea beneficiosa para unos y otros. Es evidente que un cristiano (al menos un cristiano coherente y consecuente) no tiene siquiera derecho a llamarse así, si se manifiesta contrario a la inmigración de un modo genérico y absoluto; y más aún, si tal oposición la fundamenta en el egoísmo de quien ve en el inmigrante la amenaza de una boca más que alimentar, o a alguien que perturba su tranquila placidez vital y su organizado sistema de seguridad y confort. Pero eso no legitima la respuesta contraria de tener que suscribir una declaración de «Tó er mundo es güeno», o un «Aquí cabe tó el que venga», porque además, a la postre, sería peor el remedio que la enfermedad, generándose impepinablemente un sentimiento racista y xenófobo entre el sector de la población que más padece la inmigración irregular, que no suele ser precisamente la población con mayores recursos.

El rechazo al diferente, al extraño o al pobre es algo tan natural al ser humano (por mucho que le pese al progresismo), como lo es responder a quien te abofetea con otra bofetada, mayor si cabe que la recibida. No podemos olvidar que en estos aspectos, como en casi todos, el mensaje de Cristo de socorrer y ayudar al necesitado, o el de ofrecer la otra mejilla a quien te ofende, suponen una superación de nuestra inclinación natural y del instinto animalillo de defensa y supervivencia que impulsa las respuestas de nuestro componente más grosero y egoísta. Como cristianos debemos mostrarnos no sólo generosos, sino muy generosos con los emigrantes, facilitar su integración y su reagrupación familiar, y a cuantos más, mejor; pero eso no significa exigir ciertos límites racionales para la mejor convivencia de todos y del bien común general. Para entendernos y aplicándolo a otro asunto que también genera ciertos conflictos dialécticos al aplicar la doctrina cristiana: yo puedo perdonar personalmente a quien me ofende, me roba o agrede, no denunciarlo, dejar su delito impune y no llevarlo ante los tribunales, pero instituir la amnistía universal y el perdón automático para todos los delincuentes como Principio del sistema judicial, sólo conseguiría un daño mucho mayor que el bien pretendido.

Miguel Ángel Loma Pérez

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