Sr. Director

Leo con retraso unos números de Hispanidad y en uno de ellos, el del día 26 de enero, me encuentro con que usted afirma en el editorial que en los Estados Unidos era libre la entrada de inmigrantes hasta pasada la Segunda Guerra Mundial y que semejante apertura de fronteras convirtió a ese país en la primera potencia del mundo. 

Lamento decirle que no es así. Como suele suceder en todos los países organizados, desde Japón a Suiza, existe un control de quién puede entrar a quedarse a vivir y quién no. Entre los años '20 y 1965, en Estados Unidos estuvieron vigentes las leyes sobre Orígenes Nacionales, que imponían cuotas a los países emisores de emigrantes y favorecía a los de origen europeo. Fue en 1965 cuando se suprimieron y, desde entonces, los principales emigrantes son de origen asiático e hispanoamericano. Como ve, tampoco Estados Unidos practicó una política de puertas abiertas. Y, siguiendo su razonamiento, cabría decir que si el país alcanzó el rango de mayor economía del mundo, uno de los factores fue, precisamente, la selección de sus inmigrantes. Un mundo sin fronteras no deja de ser una utopía. En la Jornada Mundial de las Migraciones el Papa reconoció el derecho de los Estados a poner límites a la entrada de personas y la obligación de los nuevos ciudadanos de acatar las leyes del país de acogida, lo que, supongo, incluyen las que regulan el establecimiento de personas, aprobadas por los representantes de los ciudadanos. 

En el mismo editorial, usted afirma que hay muchos inmigrantes en la economía sumergida que desempeñan los trabajos que los españoles no queremos. Me asombra que un periodista especializado en economía caiga en esa verdad a medias, sobre todo cuando la nota de inicio de Hispanidad de ese día se titula "Botín, capitalista de salarios bajos". Es cierto que en algunos sectores falta mano de obra, pero también lo es que los españoles y los inmigrantes legales, por lo general, no están dispuestos a trabajar a destajo y sin Seguridad Social; por eso, hay empresarios sinvergüenzas, que prefieren contratar a indocumentados: no protestan y son baratos. Además, puesto que estamos en una economía de mercado, si los empresarios no encuentran trabajadores con las condiciones que ofrecen, que suban éstas. Hace unos meses leí que el director de una firma de selección de personal se alegraba de la alta inmigración porque había contribuido a detener la inflación que podía haber causado el crecimiento de los sueldos. Como ve, en la inmigración no es todo ni blanco ni negro. 

María Moreno 

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