Soy un hombre sensible. Por ello, no puedo dejar de contemplar con desasosiego la inquietud con la que el diario El País contempla la degradación de la vida pública, cuyo culpable, último, naturalmente, es José María Aznar. Los esfuerzos de los briosos corceles polanquiles para evitar la susodicha degradación no se ven coronados por el éxito, porque la maldad es poderosa en este perro mundo. Por ejemplo, el pasado viernes 3 de diciembre hasta el mismísimo consejero delegado y académico de la Real, Juan Luis Cebrián, se vio obligado a forzar su reconocida humildad ante el oprobioso comportamiento del ex presidente del Gobierno.
 
En efecto, Janli se vio obligado a escribir un artículo en el que dedicaba no menos de una docena de injurias al anterior jefe del Gobierno, y a utilizar un par de citas de don José Ortega y Gasset, la cumbre de la modestia intelectual española. No es propio de la natural ecuanimidad del académico ensalzar la ristra de epítetos injuriosos contra un ex presidente, pero el cáncer no se cura con compresas, y Cebrián ha tomado sobre sus hombros la ingrata tarea de pararle los pies a un ex presidente que nos arrastra hacia la dictadura, el fascismo, el hambre, el terrorismo y algún que otro movimiento telúrico. Con la pasión que exige el peligro que nos acecha, Cebrián llegó a calificar el discurso de Aznar ante la Comisión del 11-M como una bella y originalísima metáfora: onanismo político, un vicio que, naturalmente, es absolutamente ajeno a Janli. En resumen, antes de que todos los males del Averno, por mor del pérfido Aznar, se precipiten sobre nuestras cabezas, nuestro héroe, Janli, ha salido en nuestra ayuda. Los hay que conservan sus amores toda una vida, pero suele ser más habitual la entusiasta fidelidad a los odios propios.

En mi ignorancia, a mí Aznar siempre me ha parecido un hombre ideológicamente acomplejado, que no representa un peligro para casi nadie, especialmente después de muerto. Pero, naturalmente, si mi tesis contradice al consejero delegado de Prisa, de antemano reconozco que, no se en qué, pero seguramente estoy equivocado. Me psicoanalizaré para comprobar si, demás del error, he incurrido en maldad manifiesta, intenciones espurias y actitudes sectarias. Es muy posible que sí.

Hablando de Aznar. Días atrás, comía yo con dos ejecutivos bancarios de la escuela cebrianesca, que criticaban con especial entusiasmo la comparecencia de Aznar ante la Comisión. La sarta de insultos estaba menos adjetivada, aunque un poco más razonada que la de Janli. En ese momento, se me ocurrió preguntarles si serían capaces de decir una sola virtud de José María Aznar, por pequeña que fuera. He de reconocer que se estrujaron las meninges pero no logaron encontrar ninguna. No me atrevo a solicitar el mismo esfuerzo a Janli Cebrián, no va ya a ser que me retire el carnet de demócrata. Además, estoy en desventaja: yo no logro concebir a Aznar como una mente siniestra, sino como un hombre más bien tirando a gris. Eso sí, más capaz de aburrir que de irritar.

Pero el asunto parece ser contagioso. El artículo de opinión de Janli se ha trasladado a la página de información del diario más vendido de España. Lo del 11-M fue una tragedia pero está dando lugar a un drama casi cómico en el mundo periodístico español. Por un lado, El Mundo se ha empeñado en que ETA tuvo algo que ver con el 11-M. No se sabe exactamente el qué, pero algo tuvo que ver. En la trinchera opuesta, en el mismo campo de batalla de la majadería, El País se empeña en demostrar que los 192 asesinados lo fueron porque Aznar apoyo a Bush en la Guerra de Iraq, quizás para esconder la verdad palmaria, que casi podemos escribir con las mismas palabras pero alterando el orden: Zapatero es presidente del Gobierno gracias a 192 asesinados.

Pero hablábamos de las páginas de información de El País. Así, un día después del heroico artículo de Janli contra el malvado Aznar, aparecía una información titulada El Tunecino declaró a España enemiga del Islam por acudir a la guerra de Iraq. No es que El País haya obtenido unas sabrosas declaraciones del presunto rector del atentado del 11-M, dado que su última cobardía consistió en suicidarse en Leganés, sino que El País se ha encontrado, quién sabe cómo, con un informe policial que interpreta la actitud del Serhane Ben Abdelmajid Fakhet (El Tunecino), a quien ya sólo su madre considera un buen chico.

Es decir, la policía elabora un informe en el que se interpretan las palabras y actuaciones de El Tunecino, para demostrar, que aquí todos somos muy empíricos, que quien asesinó a 192 personas el 11-M no fue El Tunecino, ni El Egipcio, ni las células fundamentalistas: fue Aznar, por habernos metido a los españoles en la Guerra de Iraq (más bien nos metió en la post-guerra, pero, en cualquier caso, nos metió en el fregado, que no deja de ser un concepto científico). Yo, la verdad es que siempre he visto a Aznar como un hombre ideológicamente acomplejado, incapaz de lo mejor y también de lo peor. Uno de esos personajes cuyo pecado más grave es el de omisión. Sinceramente, siempre me ha parecido bastante mediocre. Aznar nunca llegaría ni a héroe ni a tirano, así hubiera conseguido mayorías absolutas en diez legislaturas continuadas. Por eso, creo que un odio tan intenso hacia una medianía sólo puede partir de otra medianía o de los profesionales del odio.

Pero hay algo más grave. No hay mayor mentira que la interpretación interesada de un hecho cierto o de una verdad incontestable (quizás porque el estafador intelectual parte del horrible, demoníaco dogma, de que no hay verdad incontestable). El País convierte, con gran rigor periodístico, y llevado por su odio a Aznar, en noticia lo que es una interpretación policial, una entre muchas, de un asesino enloquecido, cuya lógica mental quizás no merezca otra conclusión distinta a esta: era un canalla y no conviene hacer un proceso de intenciones.

Es igual, lo grave son dos cosas: la implantación de la mentira en España, a través de una serie de sofismas, consistentes en retorcer la realidad, hechos ciertos, hasta que coincida con los propios prejuicios y, sobre todo, con los propios rencores. Una carrera en la que, en estos momentos, compiten El Mundo y El País con singular entusiasmo. La segunda, el poderoso Síndrome de Estocolmo, que atenaza a España y toda Europa. En lugar de defenderse del asesino, el Islam más fanatizado (y casi todo el Islam es fanático), el Gobierno Zapatero se dedica a financiar las clases de Islam en las escuelas y a facilitar papeles a los imanes y ulemas islámicos, la cantera del terrorismo islámico más eficaz de todas.

Podríamos preguntarnos por qué razón Cebrián no se revuelve contra el fanatismo islámico o por qué un Gobierno tan controlado por el lobby feminista como el que encabeza Rodríguez Zapatero financia y halaga a un credo que no hace otra cosa que humillar a la mujer. Es muy sencillo, la razón está en el resentimiento. Cebrián odia a Aznar, mientras que las feministas odian a la Iglesia. Y ya saben, el enemigo de mis enemigos es mi amigo.

O sea, un país envenenado por el odio, y con pocas perspectivas de salir de ese pozo negro. Bueno, podríamos cerrar los diarios El Mundo y El País, pero, claro, eso no sería democrático.

Eulogio López