En periodismo, lo primero que se aconseja es el primer mandamiento de los profesionales norteamericanos de la imagen: Nunca digas lo que la gente no está dispuesta a aceptar, aunque sea cierto. Pues bien, el aniversario del 11-M exige no cumplir esta importante máxima.
Pilar Manjón no quiere que las campanas repiquen en Madrid. Es más, lo considera un insulto : Saldré de viaje antes del aniversario. Fundamentalmente, porque así, a las 7:37, nadie me recordará tocando las campanas que me asesinaron a un hijo el día 11. Por las mismas razones, Manjón criticó la iluminación navideña de la ciudad de Madrid, porque era una ofensa para las víctimas. Es la misma Manjón que se queja amargamente de tener una iglesia católica al lado de casa. Mire usted: la Iglesia dice que después de esta vida viene otra, la eternidad. Usted puede creerlo, y consolarse con esa maravilla, en cuyo caso le estará muy agradecida a la Iglesia por descubrirle tamañaza maravilla. También puede creerse que es pura filfa, en cuyo caso juzgará a los cristianos como unos chicos bienintencionados, un poco tontorrones e inanes. Pero, lo que no puede hacer usted es juzgarles con rabia y proponer el paraíso en la tierra, una religión para la que se precisa mucha más fe que la que exige cualquier credo. Sin embargo, eso es, justamente, lo que ha hecho Pilar Manjón y de lo que se aprovecha el Alto Comisionado para las Víctimas.
La señora Manjón no acudirá a los actos oficiales en recuerdo de las víctimas del 11-M, porque considera que los políticos no están haciendo lo suficiente por las víctimas. En definitiva, lo que está diciendo es que los políticos van a lo suyo y que utilizan a las víctimas (ponga una víctima en su mitin, ha declarado). Naturalmente, de su discurso, como del discurso del Alto Comisionado para las Víctimas, Gregorio Peces-Barba, se deduce, bien a las claras, que la derecha pone más víctimas en sus mítines que la izquierda.
Más ideologización. Doña Pilar incide en la consigna clave de toda la manipulación socialista la manipulación más profunda, la ideológica- sobre los atentados. También ella alude al terrorismo religioso. El fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, se ha despachado a gusto con el asunto, y la Cadena SER ha hecho desfilar por sus micrófonos a todo aquel jurista (por ejemplo, a una de las fiscales del caso, de cuyo nombre prefiero no acordarme) dispuesto a mantener la misma canallada: el 11-M es terrorismo religioso. Como todo el mundo sabe, centenares de católicos suicidas hacen estallar bombas en trenes de cercanías. La expresión terrorismo religioso es una mentira de similares proporciones a cuando se habla de células madre, sin especificar si procede de un individuo adulto o si son el producto de matar a un embrión, es decir, a un ser humano.
Doña Pilar Manjón es mucho más dura contra las parroquias cristianas que doblan sus campanas, que contra los terroristas islámicos que asesinaron a su hijo. Por eso, doña Pilar Manjón insiste en que hay que construir el paraíso en la tierra, y emite prudentes consejos a los asesinos, advirtiéndoles de que con la violencia y la guerra no se consigue nada. Ante las cámaras de RTVE no mencionó la palabra terrorismo. Es decir, persiste en la misma tónica: a su hijo le mató Aznar por apoyar a Estados Unidos en la guerra de Iraq.
¿Exagero? Oigamos las declaraciones que concedió Manjón al diario gratuito Metro, edición del 11 de marzo : La situación política actual me parece penosa. El discurso que hizo mi Asociación sirvió para que los ciudadanos de este país supieran dónde tenían que poner el foco los políticos, que era en lo que había acontecido antes del 11 de marzo. Presumo que no se refiere a la labor policial contra las células islámicas. No, se refiere, lo ha repetido una y otra vez, a que Aznar no hizo caso al pueblo español y no retiró las tropas de Iraq. Según este curioso modo de razonar, llegamos a la precitada conclusión: El asesino del 11-M de 2004, no fue el terrorismo islámico, fue Aznar. Otra vez, el Síndrome de Estocolmo.
Afirma Manjón que el 11-M puede volverse a repetir. Sin duda. Ningún país como España, ¡ay dolor!, ha reaccionado de forma tan complaciente, tan cobarde, con el fanatismo islámico. No sería de extrañar que los islámicos volvieran a atentas en España. Si no lo han intentado todavía, sólo se debe a los éxitos policiales y a que el extorsionador está obligado a cumplir su palabra con el extorsionado (Vito Corleone sabía mucho de esto): si haces lo que yo quiero, no te haré daño.... aunque esta máxima siempre tiene fecha de caducidad. Así, en caso de que se produjera un nuevo atentado islámico en España, todo el Zapaterismo señalará con el dedo, como directo culpable, a la derechona que nos metió en la guerra de Iraq. Manjón ya les está preparando el camino, y aunque el argumento no puede resultar más desequilibrado, la sociedad está dispuesta a aceptarlo, porque con el dolor no se discute.
Y esta es, precisamente, la conclusión final. Miren ustedes, el dolor merece todo respeto pero no otorga patente de corso para decir lo que a uno le venga en gana. En primer lugar, el dolor se siente y se sufre, pero no se exhibe. El dolor, como la elegancia, es discreto. En segundo lugar, el consuelo no se desprecia, porque el consolador puede que actúe por solidaridad y no por razones espurias. Y si no se cumplen esas dos máximas, lo que ocurre es que el dolor se convierte en rencor. El dolor puede mejorar al hombre, pero también puede destrozarle.
Eulogio López