Sr. Director:

Acabo de leer un artículo de Jorge Enrique Mújica titulado "Hombres, nombres y hechos: la contribución del genio católico a la ciencia" en el que se hace un ligero comentario sobre la influencia que han tenido hombres de fe en el desarrollo de las diversas áreas del saber científico y que considero merece un comentario.

Dice Múgica: El nacimiento de la universidad bajo la protección e impulso del Papado, la contribución técnica, muchas veces sencilla, pero hondamente enriquecedora de varias órdenes religiosas y monasterios, así como el ambiente académico sostenido y estimulado por numerosos intelectuales católicos cuya fe complementó perfectamente la razón, fueron caldos de cultivo donde la ciencia, contrario a lo que muchos suponen, fue secundada a lo largo de los siglos.

Quizá una de las formas más claras de evidenciar la contribución del genio católico, sea el de traer a colación el nombre de tantos hombres de ciencia que la impulsaron. Múgica

comenta la friolera de 34 científicos; sacerdotes, religiosos y laicos que han destacado en las diversas áreas del saber científico. Comento sólo algunos.

Profesor de la universidad de Oxford en el siglo XIII y admirado por sus contribuciones en matemáticas y óptica, al franciscano Roger Bacon se le considera el precursor del método científico moderno.

Otro sacerdote Nicolaus Steno (Niels Stensen en danés, 1638-1686), estableció la mayoría de los principios de la geología actual al grado de ser llamado, en ciertos ámbitos, padre de la estratigrafía y de cristalografía. Aunada a su labor científica, Steno también fue un modelo de santidad. Por este motivo Juan Pablo II lo beatificó en 1988.

El padre Atanasius Kirchner, conocido también como el creador de la geología moderna, defendió que las enfermedades eran causadas por micro-organismos, mucho antes que el también católico y padre de la microbiología, Luis Pasteur (1822-1895), lo hiciera e inventara la vacuna contra la rabia.

El reconocido economista Joseph Schumpter dice, refiriéndose a los escolásticos católicos de la Edad Media, que fueron ellos "quienes merecen  más que nadie el título de 'fundadores de la economía científica'".

Ciertamente, no todo el mundo científico fue sacerdote católico ni perteneció a una orden o congregación religiosa. Ha habido y siguen habiendo laicos cuya fe les ha dado el impulso para expresar mejor su pensamiento o plasmar mejor su arte. Así, por ejemplo, a un eminente católico francés del siglo pasado debemos el descubrimiento de los cromosomas que causan el síndrome de Down, Jerónimo Lejeune. Es también a tres hombres de política, Robert Schuman (1886-1963), Alcide de Gasperi (1881-1954), fundador del partido de la Democracia Cristiana en Italia) y Konrad Adenauer (1876-1967), primer canciller federal de la República Federal de Alemania y miembro del partido católico del Centro, Zentrumspartei), a quienes debemos sobremanera la gestación de la actual Unión Europea.

Pero ni las universidades, ni la preservación del acervo greco-latino, ni las enseñanzas académicas, el impulso y la contribución científica han sido lo más decisivo que ha aportado el cristianismo ya no sólo a la cultura occidental. De hecho, hay que remontarse a los primeros siglos de nuestra era, a la epístola de san Pablo a los gálatas (capítulo 3, versículo 28) para entender y sopesar la valía de la novedad que Cristo aportó al mundo en temas específicos como el derecho internacional, los derechos humanos, la caridad cristiana y la educación.

Jesús D Mez Madrid

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