Pero Netanyahu no le anda a la zaga en dureza coriácea. En síntesis, el líder israelí le ha enmendado la plana ante el mismo público -el lobby judío norteamericano- frente al que Obama exigió un plan de paz inmediato, basado en la vuelta a las fronteras de 1967, sólo que un minuto antes de la Guerra de los Seis días, no un minuto después. Es decir, el momento en el que Jerusalén estaba partida en dos, entre judíos y árabes, y los segundos -no los primeros- intentaron tomar el conjunto de la capital... y fracasaron (hasta la invasión del Líbano, precisamente el primer fracaso militar hebreo, Israel nunca empezó la guerra: ese lamentable papel quedó para sus enemigos.
Netanyahu le dijo al lobby dos cosas, una buena y otra mala. La buena es que Obama, un hombre para el que la imagen es más importante que la realidad, no debería olvidar que la clave para la paz en Oriente Medio, no estriba, al menos no sólo, en un acuerdo de paz entre judíos y palestinos. Aludió Netanyahu a la "existencia de regímenes autoritarios" más peligrosos en la región. No es fácil señalar el elenco al que se refería Netanyahu pero podemos adivinarlo: Irán, Paquistán y la misma Arabia Saudí, pero sin olvidar las dictaduras que reprimen revueltas populares, del tipo Siria, Jordania o Libia. Y sobre todo, Egipto, donde, tras la caída de Mubarak, aletea el fundamentalismo islámico que Obama ha contribuido a forjar, al tumbar a Mubarak y hablar de primavera... sin tener preparado el relevo democrático. Es muy hábil este Obama
No le viene mal el recordatorio de Benjamín al presidente norteamericano, tan habituado a confundir sus deseos con la realidad y tan propenso al tópico de que la democracia y el respeto a los derechos humanos no consiste sino en la convocatoria de elecciones.
Pero dijo otra cosa que es mala. Para Netanyahu, Jerusalén no es negociable. Pues no señor, Jerusalén es y debe ser negociable, porque no puede ser ni la capital judía ni la capital árabe, dado que es la cuna también, del Cristianismo (que no del Islam). A los cristianos, Netanyahu, más sionista que judío, siempre nos deja fuera.
La única postura posible para una paz duradera consiste en convertir a Jerusalén en una ciudad abierta bajo mandato internacional, donde puedan convivir las tres religiones y previo acuerdo entre judíos y palestinos y cristianos. Constituye, además, la única solución justa.
Asegura el premier hebreo que Israel es "la cuna de nuestra civilización" y, pasando de lo genérico a lo concreto, que "esta civilización nació y se alimenta de su eterna capital: la ciudad de Jerusalén unida".
Sí y no. La cuna la civilización Occidental, la única civilización digna de tal nombre, es poliédrica. No sólo la conforma Jerusalén, sino también Atenas y Roma. Es verdad que un cristiano que no ama a los judíos no es un verdadero cristiano, porque ellos fueron el pueblo elegido por Dios. Los judíos son, en verdad, como aseveró Juan Pablo II en frase para la historia, "nuestros hermanos mayores en la fe". Pero precisamente por eso la Ciudad Santa debe estar abierta a todos los credos y a todos los pueblos. Probablemente, haya alguna forma de compatibilizar la capitalidad de Israel con el hecho de ser una ciudad abierta todos. Si alguna villa en el mundo debe ser ciudad abierta, es Jerusalén.
Por lo demás, ha hecho bien Netanyahu en pararle los pies a Obama, a quien la cuna de la civilización occidental parece importarle tanto como la propia civilización occidental. Obama sólo piensa en su reelección para la Casa Blanca. Lo de Occidente le aburre un tanto.
¿Cuál es el secreto de la marginación de los cristianos en la cuestión jerosolimitana? Pues que, frente a judíos y musulmanes, los cristianos son los únicos que no poseen detrás de la fuerza de un Estado. Han inspirado casi todos los Estados modernos pero no dispone de Ejército, salvo la Guardia Suiza del Papa, en el Vaticano, un Estado de la señorita Pepis. Y así debe ser pero sin renunciar a la tierra donde murió y resucitó el hombre-Dios.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com