El feminismo no contiene muchos errores. De hecho, alberga tantos errores como propuestas, y de propuestas no anda sobrado.
Uno de esos errores-propuesta consiste en la reivindicación de la inteligencia femenina. Bueno, quizás se refieren a la inteligencia feminista, pero el distingo no hace al caso. Porque el error no consiste en asegurar que la mujer es más inteligente que el hombre, sino en que ni tan siquiera sabemos qué es la inteligencia, y mucho menos sabemos medirla, pesarla o compararla. Con la inteligencia nos ocurre lo mismo que a San Agustín con el tiempo: "Si me preguntan qué es, no lo sé; si no me lo preguntan, lo sé".
Pero hay más. Supongamos que alguna lumbrera fuera capaz de definir el esquivo concepto de inteligencia: ¿Es tan importante? Parafraseando a Lenin: "¿Inteligencia? ¿Para qué?" Supuesto que nos sirva para algo, la inteligencia no nos traerá la certeza, y por tanto no nos traerá la felicidad.
Vamos a intentar la definición, por aproximación, porque todos tenemos un juicio sobre el nivel de inteligencia del prójimo y porque, como digo, es una cuestión que, al parecer, preocupa mucho a la mujer de hoy, a la que se le pueden llamar muchas cosas, pero no tonta. Por tanto, digamos que habitualmente por inteligencia se entiende algo parecido a esto:
1. Perspicacia y capacidad para resolver problemas urgentes, el flujo cotidiano de retos, especialmente aquellos logros que pueden ser tasados.
2. Capacidad de concentración, y con ellos retentiva y memoria
3. Reflejos rápidos, especialmente en la conversación. Posiblemente éste sea el elemento menos importante de los tres y. sin embargo, considero que es el elemento por el que juzgamos el 99% de la inteligencia del prójimo, al que dividimos, cinco minutos después de conocerle, en estas dos categorías: Despierto o empanado.
Ahora bien, no parece asustarnos en demasía el hecho de que hay un tercero, ni hombre ni mujer (no, no es gay) que en las tres materias anteriores camina muy por delante de los dos contendientes: la máquina.
Al igual que la inteligencia, la sabiduría se resiste a ser definida. Otro concepto esquivo. Aunque si no nos lo preguntan… sabiduría bien podría ser un cóctel formado por otros tres elementos:
1. Capacidad para alcanzar la certeza. La duda no tiene nada de liberadora, es esclavizante. El hombre no puede vivir en el vértigo: necesita alcanzar la certeza, que no es más que la verdad sentida por el ser racional. Es sabio quien tiene certezas, y es más sabio cuantas más certezas posee. Y la certeza es tan indefinible como inconfundible.
2. La sabiduría radica en la capacidad para encontrarle un sentido a la vida. En el siglo XX, el psicólogo Víctor Frankl, tras su paso por los campos de concentración nazis, convirtió esta cualidad de la sabiduría en ciencia: la logoterapia. La madre de la depresión y la tristeza es la vida sin sentido.
3. La sabiduría también es prudencia, un tronco del que nace la ecuanimidad y la capacidad para otorgar a cada cosa la importancia que realmente tiene.
Dicho de otra forma, las máquinas son las más inteligentes y las más sabias, las más idiotas.
Mujeres y hombres no deben ocuparse, más de lo estrictamente en ser inteligentes, aunque no les viene mal ser un poco sabios. La experiencia me dice que el mejor camino para la sabiduría es la humildad, es decir, la gran virtud femenina y la más odiada por el feminismo.
Así que con mucho gusto y ningún pesar reconozco, acepto y predico que la mujer es infinitamente más inteligente que el hombre. Al igual que la proposición opuesta, me importa una higa.
Chesterton no pensaba como yo, simplemente iba mucho más allá. Pensaba que la mujer era superior al hombre y que, por tanto, la búsqueda feminista de la igualdad era, en realidad, un lamentable retroceso, una estúpida regresión. Y lo justificaba así: "La naturaleza rodea a la mujer de niños muy pequeños a los que no tiene que enseñarles algo, sino todo. Si alguien dice que este deber de iluminación general es demasiado duro y opresivo puedo entender su punto de vista. Sólo puedo responder que nuestra especie ha creído que valía la pena encargarle esto a la mujer para mantener el sentido común en el mundo". En definitiva, Chesterton venía a decir que solo la mujer es lo suficientemente sabia e inteligente para romper con la orteguiana "barbarie de la especialización" y que su denostado trabajo de ama de casa era, sencillamente, el trabajo para el que se precisaba más sabiduría y más inteligencia, más capacidad y mayor esfuerzo. Y el pensador británico insistía: "¿Cómo puede ser una gran carrera enseñar la regla de tres a los hijos de los demás y una pequeña carrera enseñar todo el universo a los propios hijos?". Y por cierto, esta tarea de titanes también conllevaba otra nota distintiva donde la mujer mostraba su superioridad frene al varón: "Esa es la educación eterna: estar lo bastante seguro de la verdad de las cosas para atrevernos a contárselas a un niño. Los modernos huyen constantemente de esta audacia suprema y la única excusa que tienen es que sus modernas filosofías están a medio cocinar y son hipotéticas, y no pueden convencerse a sí mismos ni siquiera lo bastante para convencer a un recién nacido".
Eulogio López