Sr. Director:
Toda mi vida ha estado condicionada por la convicción ideológica de mis padres: el PSOE.

 

No entendía qué ni cómo era ese paraíso al que habían conseguido llevar al pueblo español aquéllos dirigentes que consiguieron enardecer su ánimo por llegar a disfrutarlo. Mi padre hablaba en voz baja y a mí me hacía un daño tremendo. Esperaba con espíritu inquieto por el alborozo de ver aparecer a tantos héroes, tanta libertad, a un pueblo, tan rico y vario en aconteceres y cultura, desarrollarse en libertad, pudiendo hablar de todo y en voz alta, y entenderse de verdad.

Ese "condicionada" es mucho lo que dice. Entre otras cosas: dejar de ir al colegio a los 11 años recién cumplidos para ayudar a mi madre y permitir que mis hermanos, mayores que yo, se preparasen mejor porque eran los que tenían que sustentar a la familia que crearan en su futuro.

36 años después de aquélla alegría contenida por la muerte de la dictadura, quiero decir que no hay derecho, que nadie tiene el derecho ni la potestad, de traicionar tanto y a tantos. Mis padres no se cambiaron de chaqueta ¡jamás! como lo hicieron los que se quedaron en España viendo acercarse a los nacionales, para sobrevivir u ostentar cargos y buenos puestos. Hasta ese punto fueron leales. Y me enseñaron con el ejemplo el afán de superación, la honestidad, la honradez, tener presente que el dinero público es sagrado porque es fruto del esfuerzo del pueblo…

Si bien tengo esperanza en el cambio de Gobierno, lógicamente irremediable, no es menor mi indignación (¡Qué saben esos indignados de indignación ni de dignidad!) pues el proceder de los dirigentes socialistas que, con la propaganda de postulados arcaicos y fracasados en su raíz, tan lejos del socialismo que necesitamos, propio del Estado Social y Democrático de Derecho, dista totalmente de los que merecieran de mis padres su lealtad lo que, como digo, condicionó sus vidas y las de sus hijos, utilizando la fe en esas siglas de gran parte de un pueblo que, generosa y reiteradamente, le han puesto el poder en las manos, sin darse cuenta (no quiero pensar que fuese consciente de ello) que lo hacían a cambio de la libertad y dignidad de todos.

Pero no se ha ido al traste sólo la economía ¿y los principios de ser persona en todas las facetas de nuestra vida? Si a mi padre le hubiesen dicho que su hija podía ir, con 16 años, a abortar sin él saberlo, que él tenía que "ganarse mi confianza" para decírselo, el dictador habría tenido otro hermano y, por supuesto, si en alguien yo confié en mi vida, fue en mi padre y en mi madre y siempre consideré, sin entretenerme en filosofías, que considerarles y hacerles un poco más felices era mi orgullo y mi deber.

Como mujer estoy harta de oír hablar de los derechos de la mujer. Mi derecho es el de cualquier ciudadan@. Así de sencillo. La igualdad es, aplicarla naturalmente: con naturalidad. ¡Cuánta charlatanería en torno a la igualdad! ¿De qué me sirven las leyes de violencia de género, por ejemplo, si en la práctica, lo que me veo es con mis bruces en el camino hacia otra población, en una casa de acogida, renunciando a mi puesto de trabajo y llevándome a mis hijos, con la tranquilidad perdida?

Si tanto se quiere practicar la igualdad, al hombre que le pone la mano encima a su pareja que sea el que tenga que modificar su vida de esa manera. Y si quien le pega al otr@ es la mujer, pues, se le hace igual. Es que, igual es igual. La igualdad de género que entienden algunos hombres progresistas y que apoyan a la niña/mujer para que aborte, para que se tome la píldora del día después cuantas veces se presente, una vez más, es la muestra de un machismo recalcitrante, porque, nuestro Ministro de Fomento, don José Blanco, y la ex ministra de Igualdad doña Bibiana Aído, han podido instar a la industria farmacéutica a inventar una píldora para el hombre. Eso sería un gesto de apoyo y de sentido de igualdad justo.

Estoy tan indignada que no quiero seguir con más ejemplos de igualdad. Otro día será.

Isabel Caparrós Martínez