En Semana Santa no para la actualidad: los que paran son los periódicos y las televisiones, porque los periodistas, motores, que no conductores, del mundo -los conductores, los que de verdad ostentan el poder son los editores, los señores de la prensa- están de vacaciones en todo el planeta.

Quizás por ello, el miércoles 19, quinto aniversario de la invasión de Irak por el ejército anglo-norteamericano, George Bush aprovechó para defender su intervención en el avispero iraquí, en una guerra que calificó como "noble, justa y necesaria". Algo que recuerda lo que murmuran los manchegos de Alcázar de San Juan de sus pocos amistosos vecinos de Villafranca de los Caballeros: que "ni es villa, ni es franca, ni tiene caballeros". La guerra de Iraq fue innoble, con un ejército que aprovechaba su superioridad tecnológica para bombardear desde el aire, que es lo que convierte en cobarde y cruel la guerra moderna; fue absolutamente innecesaria, dado que el terrorismo al que combatía no fue derrotado sino que se multiplicó; y, sobre todo, fue injusta, (lo de menos es que fuera legal o ilegal, tampoco la intervención en Afganistán o en el Kosovo tenía el respaldo ONU, si es eso lo que queremos entender por legal), porque ha generado muchas más víctimas de las que pretendía evitar y poco tuvo que ver con una legítima defensa... y por una tercera razón: la guerra de Irak ha consagrado la tercera guerra mundial, es decir, la guerra terrorista, cuyas notas principales consisten en canalizar el odio ante la injusticia en beneficio propio y, sobre todo, en parapetarse detrás de la población civil, a la que le terrorista utiliza como escudo.

De hecho, y aunque pueda sonar muy fuerte, esto es, precisamente, lo que hace que conflictos como los de Irak se parezcan –no los equiparo, que conste, pero se dan un aire- a los actos terroristas: desde el aire, sólo existen objetivos, no personas, y es imposible discriminar a inocentes de culpables, o a civiles de militares. Algo parecido hace el terrorista: el empleado de las Torres Gemelas paga la supuesta persecución de Washington al Islam. Insisto, no es lo mismo, pero los ejércitos actuales comienzan a parecerse a los terroristas en este punto de combate indiscriminados.  

Al terrorismo se le combate con información y policías, no con misiles y militares. Y también se le combate eliminando la pobreza y, aún más importante, la ignorancia.

Desde estos lares, José María Aznar, siempre en su lucha por ser el tipo más odiado de España, un concurso que le apasiona, vino a decir una estupidez similar a la de Bush: que volvería a apoyar la guerra y que Irak está ahora mucho mejor que con Sadam Husein. De esta forma, dos estadistas de altura, como George y José, han consagrado el tipo de guerra que se lleva hoy, resumible en el viejo adagio castellano de "matar moscas a cañonazos".

Insito: nadie como Juan Pablo II se enfrentó a George Bush -su presunto aliado a los ojos de la progresía- para evitar la guerra de Irak. Es más, como recuerda el que fuera su secretario y albacea, Stanislao Dziwisz, Bush debía estar tan corrido sobre las demoledoras críticas papales que ni tan siquiera cumplió su palabra de advertir a Wojtyla sobre el inicio de las hostilidades. En el Vaticano se enteraron por los periodistas. "Nunca más la guerra, aventura sin retorno", clamó el Papa que dejaba atrás a la izquierda pacifista. Tratemos de explicarlo:

En el siglo XXI, la guerra justa es la de las palabras, si lo quieren en lenguaje castrense, la guerra de la información. El campo de batalla es Internet y la TV, según los dos tipos de sociedad existentes, la sociedad que lee y la sociedad que sólo ve. Al parecer, no hemos aprendido cómo Juan Pablo II derrotó a la dictadura más sangrienta y más peligrosa de toda la modernidad: el comunismo. Lo derrotó con la oración –el que no crea en el poder de la oración que suprima este término, aunque su dibujo no será nítido, y lo sustituya por la semiótica, el destino o por yo que se qué- y con la palabra. En laico, para que no se enfade ZP: con periódicos, gobiernos en el exilio y no cerrando la boca ni debajo del agua. Por ejemplo, ante la actual situación en el Tibet, el pecado de Occidente es no levantar la voz, con toda firmeza frente a la dictadura de Pekín, no vaya ser que el Gobierno que tiraniza a más habitantes en el planeta Tierra retire sus contratos comerciales o cierre sus mercados (me temo que ellos saldrían perdiendo si lo hacen, más que Occidente). No se les pide que lancen misiles ni que coloquen al lado del Tibet divisiones aerotransportadas de marines. Lo único que se les exige es que hablen. Es la guerra de las palabras, la resistencia cultural, que no sólo constituye la guerra más justa, sino también la más eficaz, dado el actual estrado tecnológico que han alcanzado los países y, ojo, los propios terroristas, capaces de lanzar misiles desde motocicletas. Los israelíes descubrieron en Líbano que el ejército mejor entrenado no puede con una guerrilla bien organizada, que ha convertido la guerra en un negocio de familia, una guerrilla que se oculta tras los rostros de madres, esposas, hijos y discapacitados.

En esas circunstancias, al tirano ya no hay que matarlo, sino abochornarlo. Como recordaba Ortega y Gasset, en la sociedad moderna –y lo decía en 1930, cuando aun la sociedad de la información solo se vislumbraba-, sea democracia o autocracia, manda la opinión pública.

Insisto: la renuncia total a la guerra, que no al enfrentamiento informativo y cultural –nada de alianza de civilizaciones, sino lucha por la única civilización posible-, es la única guerra justa que nos queda y, atención, la única guerra que se puede ganar. Y se precisa mucho más valor para combatir en esta refriega que en la clásica. Esto también lo demuestra el caso de Juan Pablo II y el Muro de Berlín, que parecía inexpugnable cuando el polaco llegó a Roma y gritó. "No tengáis miedo". Y no: no contaba con ninguna división, ni tan siquiera de infantería.

Esto es lo que quería decir Karol Wojtyla, cuando clamaba: "Nunca más la guerra, camino sin retorno". Algo parecido a los que clamaban los patriotas celtas que luchaban contra la Imperio británico cuando aseguraban que "Irlanda siempre podrá poner en pie de guerra un ejército de 10.000 poetas". Eso es justamente lo que necesita Bush: un ejército de vates.

Eulogio López