Sr. Director:
Se les llena la boca hablando de muerte digna, del derecho sobre nuestro cuerpo, en definitiva, de evitar el dolor a toda costa, incluso eliminando vidas con un veneno letal.
Recientemente hemos tenido en Alicante el dramático caso de Madeleine, que padecía esclerosis lateral amiotrófica desde 2001; sin duda una patología difícil de sobrellevar sin la ayuda física y el apoyo moral de familia y amigos. Y seguramente agravada por otra dolencia que padece el pensamiento de la sociedad actual: la desesperanza, la desilusión, el hastío de vivir y la falta de fe.
Es muy difícil ponerse en la piel, introducirse en la conciencia de una mujer tan desesperada como para desear la muerte. Y mucho más complejo es el pretender juzgarla por aquello que hizo siendo conocedores de los dañinos efectos de su enfermedad; no es lo que pretendo con estas letras, bastante desgracia tienen ya aquellos que han perdido el gusto por la vida. Pero lo que sí es seguro y hasta demostrable médicamente por cualquier psicólogo experto en la materia, es que lo último que necesitaba esta pobre señora era que llegaran tres héroes de la eutanasia a proponerle que se suicidara. Eso es de sentido común.
Bajo la excusa de la legalización, y dentro de una campaña política para crear un debate artificial a favor de la eutanasia activa, la asociación Derecho a Morir Dignamente se dedica a ir por hospitales y residencias de enfermos terminales promoviendo la rendición, ayudando al suicidio y facilitando los trámites, es decir, el cianuro para que el enfermo se quite la vida.
¿No sería mejor ayudar a esa persona a sobrellevar su dolor? Hablan de dignidad. ¿Acaso no es más digno estar al lado de los enfermos dándoles cariño que suministrarles el veneno de la desilusión?
Según ha denunciado ante un Juzgado de Alicante Domingo Biver, hijo de Madeleine, tres individuos vieron morir a su madre. Tres voluntarios de la citada asociación que nunca se habían preocupado de cuidarla, de medicarla, de acompañarla a las consultas médicas. Ni siquiera tuvieron el valor de hablar antes con la familia. Tres personajes que aparecieron por allí, vestidos de muerte, portando su guadaña, a llevarse la vida de una mujer a la que, eso sí, antes ya se habían ocupado de hundir en el desánimo.
No es la primera vez que ocurre algo así en España. El conocido caso de Ramón Sampedro que la progresía tanto ha subvencionado para poder inculcar su pensamiento materialista pro-eutanasia hasta en la pantalla grande. El caso del tetrapléjico llevado al cine por Amenábar fue muy parecido al de Madeleine, pero mucho más politizado y mediatizado, si cabe. También una persona que venía de fuera de la vida de Ramón Sampedro fue la que aceleró la desesperación del enfermo y sin contar con la familia le facilitó el mortal cianuro. Ramona Maneiro también fue una enviada de la asociación Derecho a Morir Dignamente.
Ramona Maneiro, qué buena gente. Promoviendo el suicidio en los programas del corazón; ganando dinero con el dolor ajeno, con el sufrimiento de Sampedro y de sus seres queridos. Dicen que quería ayudarle a que no sufriera más, y la única solución que propone la progresía es el cianuro. Ramona Maneiro fue la mujer que lo envenenó, conocía a Sampedro hacía sólo dos meses sesenta días-. Compró el cianuro y se lo dio a beber con una pajita. En la agonía de su amado Ramón no pudo soportar verlo estremecerse y babear: huyó al aseo. Le abandonó en los más aciagos minutos de su vida. Le dejó morir sólo, convulsionándose ante una cámara de video. La familia la denunció por asesinato.
Manuela Sanlés es la cuñada de Ramón, lo cuidó y mimó durante treinta largos años, le quería como a un hijo, en cierta ocasión declaró que si la eutanasia se hubiese aprobado Ramón seguiría vivo Él pensaba en la eutanasia por si algún día se encontraba muy mal, solo y abandonado, sin poder valerse pero no le hubiese gustado morir como murió. Todo estaba preparado y mediatizado para hacer campaña progre pro-eutanasia, interesaba que muriera.
Madeleine. Ramón Sampedro. Que Dios perdone su falta de fe. Que Dios perdone a aquellos que, primero los hundieron en la desesperanza y, después, les ayudaron a suicidarse. Que Dios me perdone a mí por lo que voy a escribir a continuación, pues no pretendo hacer ninguna comparación personal entre estos dos pobres enfermos fallecidos y el asesino Ignacio De Juana Chaos.
El gobierno actual ha intentado excarcelarlo en diferentes ocasiones. Este conocido etarra que, según dicen, es un dialogante hombre de paz, ha matado a veinticinco personas que, por supuesto, no querían morir. Este sujeto fue el que escribió aquello de "me encanta ver las caras desencajadas de los familiares en los funerales. Aquí, en la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas y acabaremos a carcajada limpia. Esta última acción de Sevilla ha sido perfecta; con ella, ya he comido para todo el mes". Se refería al llanto de los tres hijos huérfanos- del matrimonio Jiménez Becerril.
Resulta que el señor está en huelga de hambre, parece que así va a conseguir que su Euskadi sea independiente y que el mal llamado proceso de paz del maquiavélico Zapatero siga adelante.
Día tras día nos llenan los telediarios con el sufrimiento de ese pobrecito hombre cuya vida corre peligro en un hospital de Madrid. Toda la progresía en pie para poder salvarle la vida a esta bellísima persona que dicen- no merece morir en prisión.
¿Por qué no le envían a la señora Ramona? ¿No dicen que no quiere comer? ¿No nos han explicado que se arranca las vías que lo alimentan por vena porque no quiere vivir? ¿Los mismos señores que defienden la muerte digna quieren salvársela a este elemento? Si él quiere morirse, ¿por qué no respetáis su decisión? Podríais mandarle a Ramona, o a los tres individuos que acabaron con Madeleine. Mejor todavía, seguro que alguno de los familiares de esos veinticinco asesinados por De Juana Chaos quiere ayudarle a morir dignamente.
Pero qué poca coherencia de ideas tiene la progresía española. A los más indefensos, los niños no nacidos, los eliminan dentro del seno materno. A los más necesitados de amor, los enfermos terminales, les animan a suicidarse desesperados. Y a este sangriento asesino que quiere morirse, le quieren salvar la vida y sacarlo de la cárcel.
Ramón Sampedro necesitaba salir de aquella habitación en la que él mismo se enclaustró, enfermos más graves que él salen a la calle a diario conduciendo su propia silla de ruedas, merecía vivir dignamente. Madeleine necesitaba el ánimo y el cariño que la ayudara en su trágica enfermedad a vivir sus últimos años con el amor y compañía de sus seres más queridos. Ignacio De Juana Chaos también es una persona, merece vivir y necesita tiempo para poder arrepentirse, para limpiar de sus manos la sangre de esas veinticinco personas.
Es más, ojala viviera los 3000 años que dura su condena para que, desde su celda, disponga del tiempo suficiente para pedir perdón.
¡Que viva De Juana Chaos! ¡Que viva por muchos años! En la cárcel.
Raúl Sempere Durá
raulsempere@torrelche.com