La hija de mi amigo cumplirá cuatro años el próximo 20 de julio. Se llama Beatriz, y como corresponde a tan dantiano nombre, ha pedido un traje de princesa pero ha añadido la siguiente coletilla: "También quiero un pájaro normal". Veinte años atrás, una niña de esa edad habría pedido un "pájaro de verdad". De verdad eran los pájaros que volaban, cantaban, echaban plumas y se reproducían en tiempo y forma. Los otros, los de peluche, plástico o articulados de madera, eran pájaros de imitación, de mentira, que ni manchaban ni morían, y que resultaban indeciblemente aburridos.

Pero ahora el concepto de "verdad" ha entrado en crisis, y hasta el mundo de Beatriz se ha visto invadido por el lamentable ambiente relativista que impone un sólo mandamiento: la verdad no existe. Pretender encontrarla es síntoma de necedad y de intolerancia.

Ahora bien, Beatriz no pretende escribir un ensayo, ni tan siquiera sabe quién es Fernando Savater ni Hans Küng. El objetivo de Beatriz es identificar convenientemente su regalo, más que nada para evitar  equívocos. En cuatro años ha tenido tiempo de aprender que los mayores son poco complejos pero extraordinariamente complicados. Por todo ello, no ha especificado un pájaro "de verdad", sino un pájaro "normal", es decir, el pájaro que se atiene a la norma. Cuando no existían relativistas ni pedantes -sin duda una reiteración- normal se identificaba con lo verdadero  y esto con lo real. Por eso, la ley primera se llamaba natural y no pretendía crear ninguna moral o credo religioso: lo normal era lo que se atenía a la norma, y la norma se atenía a la realidad.

De lo que se deduce que Beatriz sabe mucho más de lo que imaginamos. Sabe, por ejemplo, que si prescindimos de la verdad no estaremos eliminando la religión sino la realidad. Y con ella, al hombre. Por eso, ha pedido un pájaro "normal", de los que vuelan, que es lo que hacen todos los pájaros decentes. A este niña habría que hacerla catedrática.

Eulogio López

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