Durísima la entrevista de Carlos Dávila con doña Ana Botella, esposa del presidente del Gobierno, José María Aznar, en la televisión pública, es decir, en la televisión en la que la manda su esposo. Es cierto que no se debe exagerar la galantería con la mujer del jefe, pero es que el entrevistador se pasó dos pueblos. Se dirigía a la entrevistada como Sra. Botella, nada de "señora de Aznar". Y, aprovechando tal rasgo de femenina independencia, ella le devolvió el halago tratándole como "don Carlos". No es que el combate estuviera amañado es que no hubo combate (dialéctico digo, que uno siempre está por la paz y contra la violencia) sino sociedad de mutuo auxilio, en el que Dávila, convencido de la limitaciones de su invitada, intentaba ayudarla a no quedar mal.
Porque Ana Botella ha ingresado en el mundillo político en seguimiento de la vieja frase: "Siempre que alguien dice que dos más dos son cuatro, y un ignorante le contradice afirmando que dos más dos son seis, surge un tercero, que en nombre de la moderación, el diálogo y la tolerancia, acaba concluyendo que don más dos son cinco". Pues bien, la neocandidata no deja de repetir: dos más dos son cinco.
Por lo general los dos-más-dos-son-cinco, se ven obligados a echar mano de una ristra de eufemismos. Verbigracia, el bueno de Dávila, un periodista especializado en tragarse camellos, se vio obligado a preguntarle por esa marea social de gente aproximadamente harta de que los gobiernos del PP le tomen el pelo, tampoco pudo esquivar ese molesto asunto de la familia, a lo que nuestra líder respondió, haciéndose un auténtico lío, e intentando evitar lo de los 300 tipos de familia: bueno es que vivimos en una "sociedad laica", y debemos entender el concepto de familia "en su sentido más amplio".
A mí esto de la "sociedad laica" me llena de emoción, buenas vibraciones y explosiones de risa argentina. Es uno de esos estupendos eufemismos-tautología, muy propios de la prensa progre, tal como "padres laicos", supongo que para distinguirlo de los padres-curas, y que llevó a El País a aquello del "presunto fallecido". Me preocupa, eso sí, que mi ignorancia ancestral me impida conocer una sociedad que no sea laica. Pero supongo que lo que doña Ana Botella de Aznar quería decir, es que la política no tiene nada que ver con principio moral o religioso alguno y que el Partido Popular hará lo que le venga en gana con tal de contentar a todos, también a los homosexuales, o al menos con tal de no encabronarlos demasiado. Naturalmente, el recurso al solecismo de "en el sentido más amplio" es porque si ella dijera en TV lo que realmente quería decir (esto, es, que la política es amoral) muchos electores dormidos despertarían de su letargo y se harían la muy poco eufemística reflexión de: "¿Con que era eso? Pues te va a votar tu padre, rica". (quede bien claro que el padre de doña Ana no tiene culpa alguna en todo este enredo).
Pero es que hay algo más. Pretender que laicidad consiste en que todas las opciones amorales, las naturales y las antinaturales, valen lo mismo y deben tener la misma defensa por parte de los poderes públicos así como por el derecho positivo, implica afirmar que doña Ana Botella, o cualquier otro centro reformista, no cree en nada, y le da igual ocho que ochenta con tal de ganar las elecciones. Verbigracia: una encuesta publicada hoy jueves afirma que el 36,5% de los estudiantes españoles son contrarios a la inmigración (no a regular el flujo de inmigrantes, no, sino a la inmigración. Vamos que no le gusta el sucio negro, ni el lamigoso indio, ni el taimado moro). Ante esta alarmante situación es previsible, y sería muy deseable, que los políticos se gastaran el dinero público en campañas para concienciarnos a todos de que los inmigrantes, de entrada, son personas, ergo, seres dotados de una dignidad intrínseca que merecen un respeto, cuando no una ayuda.
Ahora bien, gastar fondos públicos en una campaña publicitaria contra el racismo y a favor de la solidaridad no es propio de una "sociedad laica". Los racistas se quejarían de falta de neutralidad moral, porque ellos también tienen sus razones, por ejemplo, el aumento de la delincuencia como consecuencia del incremento migratorio.
Si una sociedad laica es una sociedad neutral ante todo principio moral, hay que dejar que cada cual tenga su libre opinión y su libre actuación: los magrebíes su derecho a emigrar y los neonazis su derecho a romperles la crisma una vez instalados en nuestros lares. Y si una sociedad es moralmente neutra habrá que conceder cinco minutos a los nazis y otros cinco a los judíos: Sociedad laica, que diría Ana Botella.
Ejemplos como estos se pueden poner a miles. Y es que el progresismo y el centrismo siempre tropiezan en la misma piedra: como no creen en nada igualan a los desiguales. Porque, independientemente de lo que piensa la candidata Botella, e incluso independientemente de lo que piense la prensa progre española, especialmente El País y el Mundo, la familia tradicional, uno con una y para siempre, es la única familia posible, la única que sostiene el entramado social y económico, la única que asegura la pervivencia y la felicidad de los hijos, independientemente de la opinión de la mayoría.
Eso sí, nadie podrá negarle a la candidata el mérito de haber creado una nueva ideología política: el laico-botellismo.
Eulogio López