"Esopo imaginó que uno de los dioses paganos descendió a la tierra y al encontrarse en un lugar a dos hombres juntos, uno envidioso y el otro avaro, se mostró deseoso de dar un regalo a cada uno, pero de tal forma que uno de ellos pediría por los dos, de modo que cualquier cosa que ése pidiera para sí mismo, el otro recibiría una doble porción de lo mismo. Presentada esta condición, se inició cierta cortesía entre el envidioso y el avaro par ver quién de los dos debería hacer la petición. Por nada del mundo pediría el avaro sabiendo que el otro obtendría el doble de lo que pidiera. El envidioso, por su parte, se encargaría de que su compañero sacara poco provecho al ser doblada su petición, así que pidió para sí mismo que le sacara uno de sus ojos".
Juan Kindelán, el hombre que hizo a Recoletos junto a Juan Pablo Villanueva, fundó Ediciones Cristiandad, y está publicando una serie de libros realmente originales. Por ejemplo, Piensa la Muerte, al que pertenece el párrafo de Esopo, una obra desconocida de Tomás Moro, y que el canciller de Inglaterra no pudo concluir porque, por su empecinado y absurdo empeño en ser coherente con sus principios –ahora sabemos que tal empecinamiento no es sino una muestra inequívoca de fascismo-, el señor Enrique VIII le cortó la cabeza. Un apéndice que, si prescindimos de prejuicios positivistas, y aunque el actual Parnaso se empeñe en mostrarnos lo contrario, tiene su importancia en el proceso literario.
No viene mal ahora, cuando vuelven los tiempos de elecciones, recordar a un político de tronío e ironía, convencido de que lo más prudente, entre negar al Rey o negar a Dios, era el cadalso. Los mártires siempre han sido unos tipos muy prudentes.
El político actual, por el contrario, es fragmentario: no le importa que sus convicciones, caso de que las tenga, choquen con su quehacer administrativo o parlamentario. El político de hoy, y me temo que muchos votantes, viven sus vidas compartimentadas en celdas incomunicadas unas de otras.
Y a la incoherencia se suma una cierta envidia, que junto a la ira –ahora llamada crispación- son, como acredita Tomás Moro, entrañables hermanas, hijas ambas de la soberbia. Si uno analiza las intervenciones parlamentarias de la vicepresidenta primera del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, se diría que lo importante no es que el Gobierno triunfe sino que el PP fracase. Y de las investigaciones sobre el 11-M, verdadero gozne de toda la legislatura, puede decirse de lo mismo: los de la Teoría de la Conspiración no demuestran sus sospechas, pero, eso sí, están entusiasmados con el hecho de descubrir las lagunas de la versión oficial. Izquierda y derecha españolas deambulan por el mismo desierto argumental: Tu mientes, pero yo no se cuál es la verdad, y hasta dudo de que la verdad merezca la pena.
Con idéntico ánimo, sólo que en sentido opuesto, los Polanco Boys, no entran en la cuestión: simplemente aseguran, por comodidad expositiva, que lo de El Mundo es puro fascismo.
Y así, en el mejunje del orgullo, a la envidia se suma la ira, para mayor gloria del país. O como diría, Tomás Moro, en el precitado y delicioso libro: Paseaba un romano por el Foro cuando vio a Publius Mutius, que andaba triste y apesadumbrado, por lo que se planteó el siguiente dilema: "Una de dos: o algo le ha salido mal a Mucius, o algo bueno le ha ocurrido a algún otro hombre".
La palabra regeneracionismo no es muy utilizada en los ámbitos políticos españoles. A lo mejor es el momento de comenzar, porque lo mejor que puede hacerse con la clase política que tenemos, es prejubilarla. Ni del PSOE ni del PP, de los nacionalismos mejor no hablar, puede venir regeneración alguna. Ambos son herederos de Publius Mutius, incapaces de ver algo bueno, o verdadero, en el contrario. El votante tipo del PSOE es guerra-civilista, rencoroso, al que su candidato no le entusiasma -¿puede entusiasmar a alguien ZP?-, pero que odia a lo que llama derecha y está dispuesto a sacarse un ojo con tal de que el PP pierda los dos. El Partido Popular, por su parte, está formado por los anti-Tomás Moro, una formación de incoherentes que mercadea con sus convicciones, y cuyo lema no pertenece, ni a Esopo ni a Tomás Moro, sino a Groucho Marx: "Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros".
Eulogio López