A ver si lo he entendido: nació niña, justamente en Bélgica (en la imagen la Cámara belga), no estaba contenta con ser mujer y decidió someterse a un cambio de sexo. Pero lo que es un mal servicio, tampoco le gustaba ser hombre y, como al parecer, no tenía más opciones, se suicidó. No, no se tiró por el balcón. Aprovechó que la eutanasia es legal en el corazón de la Unión Europea -ese sí que es un país moderno- para pedir que lo enviaran al otro mundo, se supone que con carcasa de varón.

Al parecer, siempre necesitaba implica a un tercero para todas su decisiones vitales, encima fallidas.

Lamento el suicidio de este hombre. Su vida debió ser un calvario, propio de quien no se acepta tal y como fue creado. Pero persiste el hecho de que lo antinatural lleva a lo antinatural: el cambio de sexo a la eutanasia. Y eso da que pensar. Sobre todo porque la sociedad y el Estado, o sea, todos, somos culpables de esta tragedia.

Si al fallecido no lo hubieran enseñado que su naturaleza poco importa y que el sexo es algo que escoge cada cual, contraviniendo a su naturaleza creada, probablemente no hubiese cometido la tontería de nacer mujer y convertirse en un varón artificial. Y si el Estado no financiara operaciones de cambio de sexo, a lo mejor no hubiera cambiado de sexo. Y si la sociedad no le hubiera enseñado que puede quitarse la vida que otro le dio, y que, además, está dispuesto a financiar el suicidio asistido, a lo mejor no se hubiera 'eutanasiado'.  

Del cambio de sexo al suicidio... pasando por una Europa triste, dispuesta a satisfacer caprichos con cargo al Estado, caprichos que encima, el 'favorecido' acaba por pagar muy caro. Es la viva imagen de un continente que más que viejo anda decrépito. Sobre todo de trascendencia. Para mí que todos somos culpables de la suerte de este ser humano.

Eulogio López

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