Japón es el país con el índice más elevado de inmolaciones del mundo, con más de 35.000 suicidios cada año. En el terruño del sol naciente, una persona se quita la vida cada 15 minutos.
A través de la red de redes, Internet, los llamados "pactos de la muerte colectivos", se están convirtiendo en una epidemia entre los jóvenes japoneses.
El primer suceso tuvo lugar en la localidad de Minano, próximo a Tokio. Dentro de un automóvil se encontraron los cadáveres de cuatro chicos y tres chicas que habían inhalado monóxido de carbono, más conocido entre los nipones como "la muerte dulce". Posteriormente, seis jóvenes acabaron con su vida, también de forma colectiva, en Fukuoka, en el extremo sureste.
Vivimos en una cultura de la muerte aunque esté oculta tras los ropajes del consumo y del bienestar. Basta profundizar un poco para que esta indigencia moral se presente tal como es, con un egoísmo feroz, una violencia agresiva y el poco respeto por la vida, que es un don divino. Todo ello aliñado con los mejores ingredientes hedonistas y materialistas que nos llevan a un estado de naturaleza donde todo está permitido, donde no existe el más mínimo referente moral.
Por lo tanto, hay que contraponer una cultura de la vida, localizada en el regazo de la familia, frente al imperio de la muerte. Estamos viviendo en una cultura de la muerte pero, a través del amor, se está convirtiendo en una cultura de la vida. Afirmó Monseñor Groninger al L`Osservatore Romano.
El mayor de los delitos es el suicidio, porque es el único que no tiene arrepentimiento, afirmó Alejandro Dumas.
Clemente Ferrer Roselló
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