El despertar social de los pueblos del norte de África que protagoniza la atención internacional no puede obviar una de las realidades más dramáticamente elocuentes de nuestra historia: el asesinato y la persecución contra los cristianos en países islámicos.
Los cristianos son hoy quienes sufren una mayor y más sistemática persecución en un mundo que se definía como de progreso y de civilización. A la incertidumbre sobre el fin de las revoluciones populares y sobre el futuro de esas naciones, se suma el interrogante sobre la presencia del cristianismo en una región, cuya historia ha contribuido a fecundar.
Parecía que la situación iba a cambiar, que los cristianos también participaban del despertar social pero el asesinato en El Cairo de trece cristianos coptos y las heridas que han sufrido más de un centenar, después de que protestaran por el incendio de una iglesia en el sur de la capital egipcia, nos saca de un cierto ensueño. Cuando aún no se había disipado el horror por el asesinato de un ministro cristiano en Pakistán, la violencia vuelve a poner en marcha el juego perverso de la pretensión de aniquilar la presencia cristiana en esos lugares de predicación apostólica.
La insistencia de Benedicto XVI a favor de la libertad religiosa es un clamor de razón y de justicia no suficientemente acogido por la Comunidad Internacional. Repitámoslo: sin libertad religiosa no hay democracia posible.
Suso do Madrid