El Vaticano ha condenado al teólogo español Juan José Tamayo por la fruslería de decir que Jesucristo no es Dios... que también son ganas de provocar "sufrimientos innecesarios". Una vez más Roma demuestra una hipersensibilidad lamentable, ante cuestiones tan opinables como la divinidad de Jesús de Nazaret. Es cierto que la retorcida Congregación para la Doctrina de la Fe se excusa, de forma bizantina, no haber "condenado" al teólogo español, sino que, simplemente, ha dicho que la doctrina que predica, escribe y defiende, no es la doctrina católica, es otra cosa. Pero eso no quita el espíritu reaccionario que anima a la Iglesia. El propio "condenado" lo ha declarado, naturalmente al diario El País, órgano defensor de la fe y cruzado de la ortodoxia doctrinal, en la que, como teólogo, Tamayo ha depositado toda su confianza: "La divinidad de Cristo es el centro de la reflexión teológica y el enigma por excelencia de la cristología". Verdad palmaria: es más, si Cristo no fuera Dios, no habría cristología, ni teología, ni Iglesia y, sobre todo, no habría Vaticano. Por no haber, no habría ni teólogos. Y lo que es más grave: nadie se preocuparía de Tamayo.
Pero a lo que estamos, Lorenza. El Vaticano, ya saben, la trama oscura de Razintger, un personaje que no podría hacer de héroe en Hollywood jamás, ha decidido que lo que dice Tamayo está muy bien, pero no tiene nada que ver con el Cristianismo. Afirman, después de tres años de investigación (lentos que son los chicos) que en sus libros "la Escritura es seleccionada con criterios arbitrarios y oscuros, tomando y dejando los textos que le conviene, con pretextos de ser añadidos o de ser elaboraciones de la comunidad primitiva". Bueno, y qué, si Tamayo tergiversa las Sagradas Escrituras. ¿Acaso no existe la libertad de cátedra?
Y acusan el pobre Tamayo de Arrianismo, total de esa herejía que estuvo a punto de acabar con la Iglesia, apoyándose, en el poder político y en el Ejército del Imperio Romano. Pero no conviene que la Caverna establezca peligrosos paralelismos: Arrio contaba con el apoyo del poder del momento, pero el pobre Tamayo sólo cuenta con el apoyo de El País, las universidades públicas españolas, la progresía nacional y algunos que otros grupos marginales.
Pero El País, en concreto, el curtido investigador Juan José Bedoya (no hacer rimas vulgares con el apellido, que es poco académico), firmante de la crónica y corresponsal religioso del diario independiente de los curas, ha dado con la clave: lo que le escuece a la jerarquía es que Tamayo aparece mucho en los papeles: "Ante la repetida comparecencia de don Juan José Tamayo Acosta en los medios de comunicación, mediante artículos periodísticos, entrevistas y publicaciones, la Comisión para la Doctrina de la Fe considera necesario informar de que en la actualidad el citado autor carece de misión canónica para enseñar teología".
Ya estamos con la malicia clerical. Tratan de aparentar que son palomas cuando en realidad se trata de venenosas serpientes. Otra vez la vieja fábula de que ellos no condenan. No, no lo hacen, pero perpetran un daño mayor: se atreven a afirmar que lo que dice Tamayo no es cristiano. ¡Cuánta crueldad!
El propio Bedoya (el del apellido fácil), dando muestras de un indomable coraje, se atreve a enfrentarse al Vaticano, con un par, para anunciarnos cosas tales como que "la disputa sobre si Jesús de Nazaret era hijo de Dios y no un nuevo revoltoso Mesías ha sido un elemento de exasperación y ferocidad (no hay nada más fiero que El Vaticano, como es sabido) para la Jerarquía cristiana desde los tiempos en que Pablo de Tarso (el bueno, de carácter eminentemente progresista) puso firme al mismísimo apóstol Pedro (el malo reaccionario y cavernícola) ... en el Concilio De Jerusalén".
Muy cierto, Pablo se enfrentó a Pedro en el susodicho Concilio. Ciertamente no por la cuestión de la divinidad de Cristo, que ninguno de los dos dudaba, sino por la apertura a los gentiles. Pero no demos armas al enemigo: lo que dice Bedoya será rotundamente falso, sí, pero resulta pertinente y está muy bien dicho, qué caramba.
Y ahí está nuestro paladín, no Tamayo, sino Bedoya, quien nos explica las razones ocultas del lamentable comportamiento vaticano y episcopal: "Voltaire calculó al Cristianismo un millón de muertos por siglo" (al parecer, el hombre de las luces utilizó para dicho cómputo las estadísticas del Imperio Mogol)", para acabar desentrañando el pútrido panorama curial: "los teólogos que escapan a su disciplina, que no viven de su salario, liberados de amenazas y de torturas, exilio u hoguera, no cejan de especular sobre nuevas formas de ver a su Dios". ¡Ahí le duele". Tamayo, y otros teólogos independientes, corajudos, valerosos y brillantes, han sufrido el duro exilio de que no se les permita enseñar en las universidades católicas y se hayan visto forzados a cobrar el cuádruple en las universidades públicas. Han sufrido la tortura de verse apartados de los medios informativos controlados por la Iglesia, pongamos Vida Nueva y Eclessia, mientras sus obras, incluso sus palabras, sólo eran publicitadas y jaleadas por El País, El Mundo y la televisión pública, es decir, lamentables medios masificados de información general, y todos ellos (Tamayo, Casiano Floristán, Miret Magdalena, todos los chicos de la Asociación teológica Juan XXIII) han sufrido la quemazón de la hoguera... mientras fumaban sus puros negando la divinidad de Cristo, ciertamente, pero son almas delicadas, y vivenciaban aquellos chisporroteos del habano como presagios de quién sabe cuánta crueldad razintgeril.
Y es que Ratzinger está empeñado en que la Iglesia vive un asomo de cisma. Con unas características muy peculiares: los nuevos herejes no quieren destruir la Iglesia, quieren conquistarla para sí. Y el Papa y su "guardia de corps" se enrocan en lamentables trifulcas teológicas, por quisicosas tales como el carácter divino de su fundador.
Total, que con su arrogante apisonadora, la Iglesia acaba de decir que el teólogo Tamayo no es cristiano y que la Asociación Juan XXIII tampoco lo es, porque quien niega la divinidad de Cristo no puede ser cristiano. Pero dice Tamayo que no, que teología es negar la divinidad del hombre-Dios. Lo único que no acabo de comprender es lo siguiente: si Cristo es un defraudador, ¿por qué otorgarle honores de portada y una página entera en el diario más leído de España a la condena de una entidad defraudadora, la Iglesia, a un estudioso de dicho fraude, Tamayo?
La verdad es que el protagonista de toda esta historia (ni Tamayo ni Bedoya, sino Jesús de Nazaret) lo tenía bastante claro: ha sido el único hombre en toda la historia que se ha autotitulado Dios. Ni Mahoma, ni Buda, ni Confucio, ni Zoroastro osaron ni aproximarse a tan rotunda y reiterada declaración. Actitud que nos ahorra muchos quebraderos de cabeza, porque una de dos: o fue el más repugnante, soberbio y orgulloso de los seres humanos, o era realmente Dios. Ni se molestó en plantearnos alternativas intermedias.
Y esto es lo grave: al parecer, Jesús de Nazaret era amigo de la libertad, pero no del debate. ¡Que se fastidie!: nunca hubiese sido admitido en la Asociación Juan XXIII... ni en la redacción de El País. Ni tan siquiera como meritorio.
Eulogio López