(Mateo 22, 1-21)
Jacinto Mendoza era un veterano político del Partido Popular. Con Aznar en la Presidencia había sido ministro en una cartera relevante aunque sin brillo. La llegada de Zapatero le recluyó en el Congreso y se convirtió en uno de los hombres de confianza de Mariano Rajoy. Jacinto era conocido como activista católico, una etiqueta no muy bien vista en el PP. A fin de cuentas, los cristianos resultan raros y un punto molestos en la política español del siglo XXI. En cualquier caso, Mendoza era un rostro archiconocido en toda España.
Un rostro tan sabido que hasta don Froilán –vaya nombrecito para un cura- le reconoció la primera vez que le vio aparecer en su parroquia, cercana al Congreso de los Diputados. Froilán Ibáñez era un pasionista que pasaba de los ochenta años pero seguía en activo. Décadas de servicio en la orden le habían otorgado el derecho a ser un fraile de baja condición, carente de galones. Los tuvo en su día pero, afortunadamente, había conseguido volver al pasado, que es la única forma de progresar. Ahora ocupaba su tiempo entre el confesionario y el altar y, en consecuencia, vivía agotado pero no agitado. Sus características pastorales las conocían bien sus feligreses: una expresión serena que atraía y una sonrisa pícara que delataba lo mucho que se divertía trabajando para el Patrón, como él denominaba a Cristo. Cuando el personal se arrodillaba en su garita penitencial tenía la sensación de que don Froilán no tenía otra ocupación que escucharle.
Jacinto Mendoza entró en el templo precedido por su guardaespaldas, siempre temeroso de que entre los rezadores hubiera algún terrorista, nunca se sabe. Lo cual no era muy probable, dado que a aquellas primeras horas de la tarde apenas había un par de ancianas en el recinto, capaces de ejemplificar una conferencia médica sobre las desviaciones de columna. A los espíritus siempre nos sorprende la obsesión de los hombres públicos por salvaguardar su vida privada, así que Mendoza entró con toda la discreción de la que fue capaz. La noche anterior había tenido lugar el famoso debate televisado entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, los dos candidatos principales a la Presidencia. Mendoza se acercó al confesionario y le espetó al sacerdote:
-Necesito hablar con usted.
Los muchos años de confesión habían habituado a don Froilán a este tipo de peticiones pero nunca a instancias de un ex ministro:
-Vamos al despacho parroquial. Le llamamos así aunque esto no es una parroquia –explicó.
Llegados allí, cura y político se sentaron en dos sillones. Don Froilán preguntó:
-¿Por qué yo?
-Días atrás le oí comentar el pasaje evangélico acerca de la obligación de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Me gustó lo que dijo, y también me alarmó.
-Pues le hubiese gustado lo que dije el año anterior. Llevo repitiendo el mismo mensaje sobre ese pasaje desde hace cuarenta años.
-Y cuando ayer vi el debate me acordé de usted.
-¡Es increíble! –aseguró don Froilán, visiblemente contrariado-. A estos políticos les pones una cámara delante y no pueden resistirse a citar a don Froilán. Voy a tener que pedirles derechos de autor. Aunque yo no presencié el combate: debió ser emocionante.
-No se lo va a creer, padre, pero no fue citado en ningún momento,
-Y encima despectivos.
-El caso es que Rubalcaba acuso a Mariano Rajoy de oponerse al aborto, a la utilización de embriones humanos como cobayas de laboratorio, del matrimonio homosexual.
-Y eso le molestó a usted, claro.
-No padre, lo que me molestó fue que Mariano callara. Eso es dad al César lo que es del César, ¿verdad?
-Y quitarle a Dios lo que le pertenece. Lo que un castizo denominaría Salirse por la tangente.
Jacinto Mendoza le observó en silencio antes de exclamar:
-Ya sabía yo que no me equivocaba. En el Partido nos han ordenado no mencionar la cuestión del aborto en toda la campaña electoral. Como mucho, debemos hablar del derecho a la vida, de la forma más genérica posible.
Don Froilán hizo como que no oía:
-Creo que para comprender las palabras de Cristo sobre las prerrogativas del César hay que retroceder hasta el párrafo anterior del texto de San Mateo. ¿Se acuerda?
-Me temo que no.
-El Reino de los Cielos es semejante a un Rey que celebró y envió a sus criados a llamar a los invitados…
Una de las notas distintivas del señor cura don Froilán es que se sabía el evangelio de memoria, pero decidió abreviar:
-…pero ellos, sin hacer caso, se marcharon, unos a sus campos, otros a sus negocios.
-El negocio de un político es hacer leyes –interrumpió el ex ministro.
-Sí, señor Mendoza, pero la historia tiene una segunda parte: los invitados son castigados por las tropas reales. Luego, el Rey decidió cambiar de grey y dijo a sus criados: "Id, pues, a los cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos encontréis… y se llenó de comensales la sala de bodas".
El buen cura se animaba por momentos. Si algo le gustaba era contar historias.
-Pero el Rey, al bajar, comprobó que uno de los comensales no llevaba traje de boda. Entonces se cabreó muchísimo y gritó: "¡Atadlo de pies y manos y llevadlo a las tinieblas exteriores. Allí será el llanto y el rechinar de dientes!".
Mendoza estaba a acostumbrado al duelo político, así que entendió perfectamente la alegoría.
-Una condena excesiva ¿no? A fin de cuentas, el condenado no había despreciado la invitación real.
-Al parecer el Rey de Reyes, el político jefe de todos los políticos, prefiere un malicioso a un tibio. Ante la llamada de Dios, que todo el mundo recibe, antes que después, sólo cabe la coherencia. La Iglesia es la única vía de salvación, pero no basta con atender la llamada, se precisa vivirla.
-¿Y no supone un peligro que, ante la dificultad para ser coherentes en la vida pública, los políticos cristianos cedamos nuestro lugar a quienes no lo son, o sencillamente a los tibios?
-El Rey no necesita del poder: suyo es el reino, el poder y la gloria. Es usted ministro, bueno, casi ministro de nuevo, quien necesita la aprobación del Rey de Reyes, no al revés. Ya sabe: después de cumplir el deber viene lo "siervos inútiles somos, lo que teníamos que hacer, eso hicimos".
-Y entonces…
-Si su partido no le permite llevar el traje de bodas, entonces debe abandonar el partido.
-Como asesor político es usted un desastre, ¿lo sabía, padre? Un buen consultor político sólo tiene un objetivo: que su asesorado permanezca arriba, cuanto más arriba mejor, el mayor tiempo posible.
-Bueno, por eso visto de cucaracha –río mientras se palpaba la sotana.
-No, no me equivoqué al venir aquí. Ahora sé lo que tengo que hacer. Gracias.
-Pero eso no significa renunciar a la política, porque la política es servicio. A lo que usted debe estar dispuesto es a renunciar a sus privilegios.
Jacinto Mendoza abandonó el templo y se montó en su coche oficial. A los pocos minutos ya había llegado a la calle Génova. Subió al despacho del jefe de la muy leal oposición y casi seguro primer ministro. Le encontró en su despacho, ocupado en preparar su nuevo periplo electoral. La cita no estaba prevista pero Mendoza insistió en verle a solas y Mariano Rajoy accedió:
-¿Qué es eso tan importante que no puede esperar, Jacinto?
-Algo muy sencillo. Necesito que anuncies que, en cuanto lleguemos al poder, derogarás el aborto en España y que promulgarás una ley que protegerá la maternidad. Yo mismo puedo ocuparme de su redacción. Sólo así aceptaré seguir en la lista por Madrid.
El líder de la derecha creía estar escuchando a un marciano. Sabía de la obsesión religiosa de su, por otra parte, eficaz colaborador. Incluso le agradaba esa tendencia, que él creía tentación, pues algo le decía que, con ella, podía confiar en su lealtad, es decir, podía confiar en que no conspirara para arrebatarle el liderazgo. Un colaborador así es un lujo en política. Pero aquello era demasiado. Un líder no puede permitir la insubordinación:
-Sabes muy bien cuál es la postura del partido en este asunto. Hemos recurrido la ley socialista ante el Tribunal Constitucional y estamos a la espera de la respuesta.
-Hemos recurrido por el qué dirán, para no perder votos y para no presentarnos divididos. Di más bien que le hemos trasferido nuestra responsabilidad a un tercero… como hacemos siempre. Pero tú y yo sabemos perfectamente lo que el Tribunal decidirá. Estamos jugando con nuestros principios, querido presidente.
-Pero no comprendes que la sociedad española está dividida respecto al aborto.
-Un líder democrático no es el resultado de una encuesta. Es quien propone unos principios para ejercerlos desde el Boletín Oficial del Estado. Si su propuesta no es aceptada no debe cambiar el principio, debe cambiar la sociedad. Y si la sociedad no se lo permite entonces debe renunciar al poder. Un líder, Mariano, es aquel que es capaz de decirle a la gente lo que la gente no quiere escuchar.
Al susodicho líder empezaba a cansarle tanta pedagogía y tanta perentoriedad. De liderazgo era el que más sabía, porque el líder era él:
-El TC decidirá.
-El TC decidirá sobre las tontunas que nuestra cobardía le ha puesto encima de la mesa, como eso de que las niñas de 16 años no podrán abortar sin permiso de sus padres, como si con ello evitáramos el homicidio.
Aquello ya era impertinencia:
-El Constitucional decidirá –repitió- es mi última palabra.
-Mi conciencia, Mariano, está por encima del Constitucional.
-Escúchame Jacinto: no voy a echar por la borda el trabajo de ocho años en la oposición y la oportunidad de llegar a La Moncloa sólo para tranquilizar tu escrupulosa conciencia.
-La mía y la tuya, la que estás sacrificando al cargo que ambicionas. Vamos, Mariano, tú no eres tan tonto como para no darte cuenta de que sin derecho a la vida ningún otro derecho tiene sentido, ni la libertad, ni la democracia.
El presidente no estaba dispuesto a llegar más allá:
-Si tu conciencia es tan limitada deberás elegir entre ella y tu carrera política.
-Eso es, precisamente, lo que estoy haciendo, Mariano.
-¿Me amenazas?
-Te estoy diciendo que he decidido, por primera vez, ser coherente con mis principios. Eres tú quien me obliga a escoger entre mi ambición política y Cristo. Y he decidido elegir a Cristo.
Hubo un silencio que ninguno de los dos quería romper. AL final, Mariano Rajoy hizo un último intento:
-Te tengo reservado el Ministerio de Justicia. Desde allí podrás trabajar por tu conciencia.
-De acuerdo, entonces iré preparando un texto legal sobre vida y familia. El Estado protegerá la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, e instaurará un salario maternal para ayudar a las parejas que tengan hijos, y se ayudará a las familias numerosas. Se suprimirá el divorcio exprés, el matrimonio homosexual y se fomentará la natalidad, cuyo declive constituye el principal problema económico de Occidente. Además, se subirá el salario mínimo interprofesional hasta los 1.000 euros, cantidad mínima para que los jóvenes creen un hogar. Eso sí, tengo tu palabra de que apoyarás esa ley, no ante nuestros adversarios, sino en nuestras propias filas.
-Mientras me demuestres que existe una demanda social para todo ello y siempre de acuerdo con los fallos del TC.
-Siempre de acuerdo con la ley natural.
-La ley natural puede no ser la misma para todos.
-Entonces, querido Mariano, te presento la dimisión como candidato por Madrid.
-¡No admito chantajes! Después de las elecciones, cundo se constituya el nuevo parlamento y yo sea investido presidente, podrás presentar tu renuncia al escaño por el que tanto me has suplicado… y lo harás alegando razones personales.
-Me temo que no. Lo haré hoy mismo y explicaré mis verdaderos motivos. Necesito dar testimonio. Entre otras cosas para limpiar… mi conciencia.
-Te has convertido en un talibán, en un fanático de tu fe.
-Y tú te has convertido en un fanático del poder.
Aquello era demasiado.
-Muy bien, entonces no tenemos más que hablar.
-Adiós Mariano. Confío en mantener tu amistad.
-No es posible mantener una mistad que traicionada.
Jacinto Mendoza se incorporó y se dirigió a la puerta. Antes de traspasarla, el presidente le preguntó:
-¿Por qué haces esto, Jacinto?
-Es que necesito mi traje de boda.
Rajoy no comprendió pero intuyó la intención de aquella imagen absurda:
-Pues no creo que puedas lucir ese traje en público. Daré orden de que ninguno de los medios que controlamos te conceda una entrevista. Y tienes prohibido ofrecer ruedas de prensa en la sede del partido ni utilizar nuestros servicios de comunicación para concertar entrevistas. Y, por supuesto, tendremos que explicar a los editores y a los creadores de opinión que te has convertido en un fundamentalista. Eres tú quien me obliga a ello. Y hasta es posible que la imagen de tolerancia y centrismo del partido salga fortalecida con todo ello. Tú te lo has buscado.
-Cuidado Mariano no ofrezcas al César lo que pertenece al Rey.
-¿Sabes una cosa Jacinto? –aseguró un Rajoy que empezaba a comprender el lenguaje de su camarada-: Yo soy el César.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com