La era moderna comienza en Fátima y termina en la batalla final… ¿del coronavirus?
Miércoles 13 de mayo de 1917, aniversario de la primera aparición de la Virgen a los pastorcillos de Fátima. 13 de mayo de 2020: los españoles, en especial los madrileños, llevamos 60 días sin libertad y sin Eucaristía… y así celebramos la festividad de Nuestra Señora de Fátima.
Antes de nada, ¡sosegaos canonistas!: las de Fátima son apariciones perfectamente aceptadas y aplaudidas por la jerarquía eclesiástica.
Pero no es eso lo que quiero decir. Mi tesis es que la era moderna comienza en Fátima, y termina en la batalla final… ¿del coronavirus?
Repetimos estos días que hay un antes y un después del coronavirus pero olvidamos que el después puede ser para bien o para mal, para mejor o para peor.
Con el escepticismo entró en crisis la razón. Ahora, en 2020, todos estamos obligados a elegir. El coronavirus es una buena oportunidad para ello
En 1917 estalla el escepticismo larvado desde la Ilustración y se empieza a gestar la actual blasfemia contra el Espíritu Santo. Eso es lo que va desde el 13 de mayo de 1917 al 13 de mayo de 2020, es decir, 103 años de historia de la modernidad.
Con el escepticismo entró en crisis la razón o lo que es lo mismo, entró en crisis el racionalismo, que nos ha llevado al progresismo actual. Quien mejor ha definido el escepticismo, la marca del siglo XX, fue Chesterton, para quien el escéptico exigía una fe más crédula e irracional que la del teólogo más loco: “no nos pide que creamos en lo invisible sino que no creamos en lo visible”.
Ninguna exageración. Cuando el hombre no cree en Dios acaba por no creer en el propio significado de sus propias palabas: “el verdadero escéptico jamás cree estar equivocado porque no cree que haya nada que sea un error”.
Al final, acaba por ser escéptico respecto a su propio escepticismo. ¿Y entonces? Entonces comienza la degeneración porque con la nada no se puede hacer nada. Y lo malo es que a ese escepticismo bobalicón, le calificamos como modernismo. No me extraña que Pío X condenara al modernismo como la mayor de las herejías: dado que no dudaba de Dios, dudada del hombre y de su razón, Y entonces créanme, no hay nada que hacer. Y así, la Virgen advirtió en Fátima dónde estaba el bien y donde el mal, justo cuando la humanidad consagraba la duda como el mandamiento de la época… cunado suponía el final de todo pensamiento.
En Fátima, Santa María reivindica el bien porque reivindica la existencia del bien y del mal. O sea, reivindica la realidad, que es lo contrario a la locura. Las apariciones marianas modernas nunca son vanas, tienen un propósito ben definido: primero, que volvamos a Dios creador de la razón humana pero, antes que eso, que volvamos al hombre, es decir al hombre creado libre, que salgamos de la duda y volvamos a la realidad… porque la realidad existe y porque lo blanco no es negro y lo negro no es blanco, porque el día es el día y la noche no lo es.
Un siglo después, ese escepticismo, o naturalismo, o modernismo, o agnosticismo, o progresismo, ha llegado a su final, a su lógico agotamiento. De la nada no sale nada y lo de vivir en la duda supone un peñazo de mucho cuidado. Como el propio Chesterton aseguró en su lecho de muerte: “Ahora ya todo está claro entre la luz y la oscuridad, y cada cual debe elegir".
Un siglo de escepticismo sólo nos ha servido para comprobar que estamos en un callejón sin salida y que la enfermedad actual es la depresión.
Pero hay algo más: el siglo de escepticismo es el XX. En esta nueva centuria, siglo XXI, el escepticismo ha desembocado en la blasfemia contra el Espíritu Santo, lo que antes era un desprecio de Dios se ha convertido ahora en odio a Dios… por lo que cada cual debe elegir.
El escepticismo predicaba que no existe el bien ni el mal, ni la verdad ni la mentira. La blasfemia contra el Espíritu Santo, ese pecado no perdonable, supone llamar bien al mal y mal al bien. El blasfemo es hijo del escéptico pero nada tiene que ver con él. El blasfemo claro que reconoce la existencia del bien y del mal sólo que los intercambia: “la gente amable de todos los tiempos y lugares siente compasión por los malvados pero sólo una nueva teoría insiste en que no son malvados”. Es decir, en que el bien es el mal y el mal es el bien. Por eso le llamamos la blasfemia contra el Espíritu Santo, la propia de aquello fariseos que acusaban al hijo de Dios de hacer milagros con el poder de demonio. Ese es el pecado que no se perdonará ni en este mundo ni en el venidero.
Un siglo de escepticismo sólo nos ha servido para comprobar que estamos en un callejón sin salida y que la enfermedad actual es la depresión
Y todo esto quiere decir que el 13 de mayo hay que elegir entre el bien y el mal, ya no hay excusas. Dejemos el debate de la evidencia, de lo obvio: dejemos de darle vueltas a si existe el bien y a qué es el bien, Lo sabemos perfectamente. Ahora toca actuar.
La era moderna comienza en Fátima, y termina en la batalla final… ¿del coronavirus? Ojo, no porque el coronavirus sea invencible o represente el final de nada: lo que representa es que al hombre se le presenta una nueva oportunidad, a lo mejor es la última, para replantearse su vida hacia la libertad, que consiste en elegir entre el bien y el mal.
Pero recuerden: de la nada no sale nada y el escepticismo es la nada y ha constituido la entrada hacia la actual la blasfemia contra el Espíritu, el pecado que no se perdonará ni en este mundo ni en el venidero. El escepticismo es la locura del infierno que niega la realidad, la capacidad de la razón humana. La blasfemia contra el Espíritu Santo es el infierno mismo: es denigrar el bien y adorar el mal. Justo lo que ocurre, o puede ocurrir, depende de usted, este 13 de mayo de 2020. Y no es tan difícil: la misericordia de Cristo es inagotable.