Vivimos en la sociedad de la delación, del chivato
Vivimos en la sociedad de la delación, del chivato… que los poderes públicos y los medios informativos alentamos con entusiasmo.
Plácido Domingo ha sido acusado por hechos acaecidos hace decenas de años y por nueve mujeres, ocho de las cuales no han querido dar su nombre. ¿Lo han llevado a los tribunales? No, lo han llevado a la prensa, en este caso, a una agencia de noticias.
Y por cierto, de los pocos datos concretos que se tienen sobre el acosado Domingo, lo único que he sacado en conclusión es que al menos una señora se acostó con él libremente, aunque ahora la susodicha considera que se vio forzada a hacerlo para no perjudicar su carrera: ¿en serio, campeona? A lo mejor hay que repetir aquello de que las mujeres también acosan… que es lo mismo que ocurre con la violencia de género: las mujeres también son violentas, solo que no con las manos, algo que les produce -y eso es bueno- una profunda repugnancia.
Más. El diario El País, el justiciero progre, ha colocado un buzón de correo electrónico (llamado Emilio) para denunciar acosos sexuales de curas, pero, como le han cogido el gustillo y lo de la clerecía tampoco daba para más, ahora lo amplían a un ‘Me Too’ global de acosos sexuales.
Y luego está la pena de telediario: ya puedes ser un ángel que si La Sexta asegura que has sido acusado… para todos serás culpable
Naturalmente, todos los cabrones/as que quieren dañar la imagen de un tercero, se han puesto a denunciar con entusiasmo y, sobre todo, utilizando el anonimato: uy, uy uy, ese me miró de forma libidinosa. Está claro, lo que pretendía era refocilarse con servidora aprovechando, naturalmente, su machista posición de dominio.
O bien: aquella noche me pasé un poco pero no estoy segura de si me sentí acosada, incluso violada… porque no pronuncié un ‘sí’ de forma expresa y tajante. Hice, pero no dije ergo… puedo denunciar.
No puede ser que la gente no actúe por justicia, sino por venganza
Al tiempo, Hacienda y la Inspección de Trabajo se nutren de todo empleado despedido, o sencillamente disgustado, que denuncia a sus jefes o exjefes. Si lo hicieran por justicia, y no por venganza, darían su nombre y afrontarían las consecuencias de la calumnia (mentir sobre el prójimo) y/o la difamación (destrozar la buena imagen del prójimo, aunque sea con hechos ciertos). Pero ya ven que no.
Y luego está lo de la novia cabreada con su novio porque este se marchó sin ella a un concierto en Barcelona (algo grave, sin duda) y le denunció porque no le había llevado con ella. Es el mundo de la delación.
El fruto más granado de la sociedad de la delación son los llamados “delitos de odio”
Se aprovechan de que el único derecho que garantiza la sociedad actual es la delación, la impunidad del chivato y la cobardía del anonimato generalizado.
Naturalmente, en este estado de acoso general opera la llamada 'pena de telediario': si eres acusado y lo emite La Sexta es como si ya hubieras sido condenado. Es más, cuando seas declarado inocente La Sexta ya no lo considerará objeto informativo.
Pero el fruto más granado de la sociedad de la delación, perdón de la sociedad de la información, y de la inversión de los principios fundamentales del derecho son los llamados “delitos de odio”, que se han extendido como una mancha de aceite por todo el planeta. Y hablo de inversión de principios, porque determinados ‘lobbies’, por ejemplo, el lobby LGTB, lo utilizan en la fórmula correcta para la que nacieron: que sea el acusado quien deba demostrar su inocencia. En pocas palabras: demuestre usted que no me odia. Oiga, ¿y por qué no demuestra usted, acusador, que yo, acusado, sí le odio?
Hay dos tipos de personas: los buenos y los malos. Los buenos son los que no denuncian al prójimo
Hay dos tipos de personas: los buenos y los malos. Los buenos son los que no denuncian al prójimo. Al menos, no lo hacen salvo que no les quede otra solución y ante la posibilidad cierta de un daño grave.
Recuerden aquel cartel colgado en una empresa: “La puntualidad es el primer requisito del empleado responsable. Nótese, que son siempre los mismos los que llegan con retraso”. Pues aquí parecido: nótese que son siempre los mismos lo que acuden de continuo al juzgado (a la delación lo desconocemos si son los mismos, porque la sociedad les protege en su cobardía) para fastidiar al prójimo.