Ocurrió en Madrid, pero no es una excepción. Una mujer de avanzada edad aparca en un centro comercial. Se le acerca una mujer bien vestida que asegura que se le ha caído la llave debajo del automóvil. La aludida le ayuda a buscarla mientras un cómplice de la ‘buscadora’ le arrebata el bolso de un coche aún sin cerrar.

En cuanto la víctima pudo ponerse en marcha para anular sus tarjetas ya le habían vaciado las cuentas bancarias.

En agosto, en Madrid, sólo quedan los malhechores y sus víctimas. Pero ojo, hablamos de bandas organizadas. Fastidian claro, pero no provocan especial alarma social. A la generalidad, le asusta más el clima social creado por la desesperación de quienes no poseen, amargura que está alcanzando cotas peligrosas.

Los políticos callan. Su primera reacción siempre consiste en negar la realidad. Cuando se conozcan las cifras de delincuencia ya las manipularán. Además, recuerden que el 99% de las estadísticas son mentiras; ésta, también. Sin embargo, lo que ningún político puede ocultar -aunque lo intentan- es el dramatismo de una sociedad, la madrileña y la española, que vive en permanente estado de alarma, en un presente incómodo y ante un futuro inextricable, donde no encuentra razón alguna para la esperanza.

Y esto sí que es grave.