Es muy lamentable pero el Tribunal Supremo de Australia ha considerado inocente de pederastia al cardenal australiano George Pell, alto cargo del Vaticano.

Él siempre negó las acusaciones de un seminarista sobre presuntos abusos cometidos hace 40 años y se puso a disposición de la justicia. Condenado por un tribunal ordinario ahora es absuelto por el Supremo.

Es decir: El Vaticano puso a Pell en el banquillo de un tribunal civil, lo cual era como ponerle en el cadalso, pero, al final, todavía hay jueces justos en este mundo (sí, no muchos, pero en fin) pero se cumplió todo lo que piden las víctimas de abusos clericales: a los tribunales ordinarios y a ser posible, fusilamiento.

Pues bien, el Vaticano hizo todo eso pero no se crean que ha servido para nada: la pederastia clerical es repugnante pero mínima en comparación con la pederastia laical y mínima en comparación con la pederastia progre. Sí, ya verán como esos mismos progresistas que claman contra los curas pedófilos, más pronto que tarde, que ya se han escuchado las primeras, y hasta segundas, voces, reclamarán la legalización del sexo con niños.

Es lo malo que tiene haber dejado la decisión última sobre lo que es verdad y es mentira a alguien tan falible como un juez

Porque no se trata de remediar una injusticia y ayudar a menores víctimas -que a eso nos apuntamos todos- de miserables, sean curas o laicos (si es un cura aún resulta más sangrante) se trata de hacerle daño a la Iglesia.

Y es igual cómo se ponga el Vaticano. Ni la absolución de Pell ha servido para que la jerarquía australiana y la propia Roma (ver Vaticana.va) aplaudan a Pell, mientras vuelven a insistir en que la Iglesia está con las víctimas, Y así debe ser, hay que estar con las víctimas… pero tampoco olvidar al hermano calumniado, digo yo. 

La mala uva del diario El País se deja ver en una crónica que se inicia de la siguiente guisa: “El cardenal George Pell, alto cargo de mayor rango del Vaticano condenado por abusos sexuales, ha sido absuelto este martes de la pena de seis años de prisión que le había impuesto un tribunal australiano. La máxima instancia judicial de ese país ha anulado este martes la condena a seis años de prisión impuesta contra el prelado australiano”.

O sea, que lo que importa es la condena del tribunal inferior y lo que menos la absolución de, casualmente el Tribunal Supremo australiano.

Pell ha dicho siempre que era inocente. Se entregó en manos de una justicia civil, la australiana, que le tenía muchas ganas, aunque podía haberse quedado a resguardo en el Vaticano.

Ahora resulta que sus acusadores, que incurrieron en contradicciones bastante flagrantes, no han podido con el Supremo australiano, que asegura que no hay pruebas contra el cardenal.

Era una pieza muy buscada por los nuevos puritanos la pederastia clerical, mínima en comparación con la pederastia laical, pero es igual, se trata de golpear a la Iglesia. A lo mejor, porque, como en el viejo chiste, resulta que es la verdadera.

¿Y si era inocente?

Señores clérigos: hay que estar con las víctimas… pero tampoco ignorar al hermano calumniado

Además, sólo Dios lo sabe. Los que no confiamos en la justicia humana somos legión y no confiamos ni cuando dictan una sentencia que nos gusta, como tampoco cuando no nos gusta.

Ahora bien, si hemos renunciado a la verdad y la única verdad posible es la que rezan los tribunales -tal es el omniponente mandato progresista- ¿por qué? El País se aferra a la decisión judicial inferior y no acaba la superior.

Bueno la acata porque no puede no acatarla, pero le fastidia bastante hacerlo.