“Los partidos políticos le sientan mal a España” (Francisco Franco). 

Llevaban 150 años de peleas y luchas entre ellos, cuando no era por quien debía ocupar el trono, era por ambiciones personales, caciquiles, o de independencias imposibles que solo ocultaban la ambición de poder de unos pocos.

Daba igual que el régimen fuera Monarquía, República, Dictadura, o diversas combinaciones más o menos democráticas. Y así se sucedían los asesinatos, magnicidios, expulsiones de reyes, restauración de reyes, vuelta a la República… En ésta última forma de gobierno, la nación milenaria se había convertido en ingobernable.

El reino era un país muy singular, para lo bueno y para lo malo. Son un país de tópicos, un país de contrastes, un país de opiniones, un país de un carácter muy particular que a sus ciudadanos los separa y los une en cuestión de segundos.

Su gente es una gente muy solidaria en momentos. Pero, por el contrario, los que habitan el reino son muy suyos, y cuando les tocan determinados temas sale ese lado oscuro, egoísta y diferencial que no les deja ver más allá de sus propias ideas.

Y de ésta manera se llegó al gran estallido de una guerra civil a nivel de todo el reino, como nunca se había conocido en la historia. La mitad del ejército contra la otra mitad; la mitad de la nación, contra la otra. Y así surge lo que expresó el poeta:

 “Ya hay un súbdito que quiere vivir y a vivir empieza,
entre un Reino que muere y otro Reino que bosteza.
Súbdito que vienes al mundo te guarde Dios.
Uno de los dos Reinos ha de helarte el corazón”.

Y de entre ese ejército; que se levantó: contra la corrupción, el desgobierno, los asesinatos, los incendios, el odio contra las creencias milenarias, y en definitiva el caos; surgió un joven General, que había sido leal al Gobierno hasta el último momento, al que el resto de los generales le ofrecieron el mando supremo, que él aceptó.

En su mente tenía varias ideas muy claras, y no solo ganar la guerra emprendida.

La primera, que habría que restaurar la Monarquía. El periodo más tranquilo y próspero del que se había disfrutado en el último siglo había sido con la “dictadura”, o el gobierno autoritario que le encargó formar el último rey, al que siguió la Republica, a un general de prestigio. Y la conclusión es que ese periodo había sido corto, para haber transformado la sociedad. Se necesitaba un periodo de gobierno autoritario más largo, una o dos generaciones, para conseguir una estabilización política del reino.

La segunda, que los partidos políticos le sentaban mal al reino. Por la experiencia vivida e histórica, enseguida salía el caciquismo, la corrupción y el abuso del poder. Además de ser un pueblo muy dado al nepotismo.

Después de ganar la guerra, empezó a trabajar en las dos ideas. De la primera, al cabo de pocos años, se dio cuenta que con la persona que en principio estaba destinada a ocupar el trono no se podía contar; y decidió pasar el testigo a la siguiente generación. Y se ocupó de prepararlo.

De la segunda, fue primero concentrando los partidos políticos en uno solo, y este en un Movimiento. Pasó a continuación a poner en práctica una idea nacida de entre algunos intelectuales republicanos: la Democracia Orgánica. La participación del pueblo no se haría a través de partidos políticos; sino de estamentos, como los antiguos gremios pero modernizados.

Y así surgió una democracia que partía del hecho de que los órganos naturales de participación del pueblo, lo que ahora se denominaría sociedad civil, eran tres:

a) la familia (donde se nace)

b) el municipio (donde se vive)

c) el sindicato (donde se trabaja)

Esta idea base, quedó lastrada por el carácter autocrático desde el que se desarrolló, y aunque poco a poco se fueron eliminando algunos caracteres del régimen y se fue pasando al ir adquiriendo algunas libertades, a un régimen más democrático, no se desarrolló en el potencial que la idea tiene en sí misma.

Viendo el panorama actual de la democracia inorgánica en la que en un envite, como el que estamos viviendo, que no tiene nada que envidiar a una guerra mundial, y no se sabe reaccionar y coordinar las gestiones en la lucha contra el enemigo común y solo se contempla los réditos políticos y económicos; es interesante transcribir lo que se dijo o se decía en aquella democracia orgánica:

“Abominamos de los partidos políticos, porque habían reducido al Reino a su más simple expresión tras un siglo de luchas cruentas de unos contra otros. Para nosotros, la existencia de la Patria no puede ser sacada a discusión de hombres; hay cosas que están por encima de los derechos de los hombres. La fe de un pueblo y la existencia de la nación son patrimonio inalienable que recibimos de nuestros mayores y que hemos de entregar a nuestros hijos y sucesores, si es posible aumentadas y engrandecidas.

Aquella división artificiosa de derechas e izquierdas, nacida al calor del régimen liberal que nos trajo la independencia, forzosamente había de conducirnos a la ruina, como vivíamos antes del Movimiento Nacional: escindidos los pueblos, peleadas las ciudades, españoles contra españoles, menospreciadas las esencias de la Patria, paralizado el trabajo, atropelladas las conciencias, detenido el progreso, sin la menor mejoría del bien común, objeto de toda política honrada”.

(4-XII-1952: Pamplona.)

 “Si examinamos lo que bajo el signo de la democracia inorgánica con regímenes de partidos perdimos y lo que bajo la unidad y el sistema orgánico alcanzamos, comprobaremos sus respectivas virtualidades.

Bajo la primera, El Reino pasó del cenit de su gloria, bienestar y poderío al puesto más bajo de su historia y al trance de fragmentarse.

En cambio, bajo el signo de la segunda vencimos al comunismo internacional que en los campos de España se dio cita, alcanzando la victoria en nuestra guerra de Liberación.

Cuando todos nos cantaban funerales considerándonos desangrados y arruinados, levantamos la Patria con nuestro propio esfuerzo.

Resistimos las presiones y amenazas de la guerra universal en nuestras fronteras. Deshicimos las invasiones terroristas que los agentes comunistas infiltraron en nuestras serranías, liberándolas de forajidos.

Triunfamos sobre la conjura internacional más grave que nación alguna haya resistido.

Restauramos nuestra economía y transformamos nuestra nación a un ritmo y en una escala jamás conocida en nuestra Patria, y logramos que el ser español sea algo que en el mundo se admire y se respete.

Que a ello tengamos que sacrificar algo es evidente; ¿pero se consigue algo en el mundo sin sacrificios?”. 

(31-XII-1955: Mensaje de fin de año.)

 “Democracia orgánica. Representación familiar, municipal y sindical.

Todos hemos conocido, especialmente los que ya somos viejos, la ficción de los partidos políticos, en los que la relación entre representantes y representados se limitaba a la elección entre varios nombres que los comités de los partidos les presentaban, y que en la casi totalidad de los casos los electores desconocían; pero una vez lograda la investidura obraban a su antojo, sin tener en cuenta los intereses y la voluntad de los votantes.

A ello oponemos nosotros nuestra democracia orgánica, en la que la representación se hace a través de la Familia, del Municipio y del Sindicato, en los que el hombre vive y se encuadra, y en la que los elegidos mantienen vivo el vínculo con la asociación que les designó, sin que puedan traicionar los homogéneos y legítimos intereses de los representados, pero aun con ser esto tan sincero, no nos basta para satisfacer las verdaderas esencias de una democracia”.

(18-VI-1962: Valencia.- Inauguración del Nuevo Hospital Provincial.)

“La exclusión de los partidos y el legítimo contraste de pareceres

Los partidos no son un elemento esencial y permanente sin los cuales la democracia no pueda realizarse.

A lo largo de la Historia ha habido muchas experiencias democráticas sin conocer el fenómeno de los partidos políticos, que son, sin embargo, un experimento relativamente reciente, que nace de las crisis y de la descomposición de los vínculos orgánicos de la sociedad tradicional.

Desde el momento en que los partidos se convierten en plataformas para la lucha de clases y en desintegradores de la unidad nacional, los partidos políticos no son una solución constructiva, ni tolerante, para abrir la vía española a una democracia auténtica, ordenada y eficaz.

Pero la exclusión de los partidos políticos en manera alguna implica la exclusión del legítimo contraste de pareceres, del análisis crítico de las soluciones de gobierno, de la formulación pública de programas y medidas que contribuyan a perfeccionar la marcha de la comunidad”.

(22-XI-1966: Presentación de la Ley Orgánica del Estado.- Cortes.)

Leyendo estos textos, y después de más de cuarenta años de democracia, el más largo periodo que el reino ha vivido en ella, y al desaparecer la generación que ha vivido los dos regímenes y al haber introducido en ella el veneno socialista, comunista e independentista, la conclusión es que se ha vuelto a donde estábamos, hace ochenta y cuatro años.

La autocracia convirtió una nación arruinada, dividida, despreciada; en una nación ordenada disciplinada, trabajadora y la dejó con una gran clase media, con valores y formada; y como octava potencia del mundo volviendo a ser apreciada. Fue: una “dictadura atípica”.

En consecuencia se confirma que los partidos políticos, le sientan muy mal a esta nación y reino milenario y se debería pensar si el remedio no está en una democracia basada en la sociedad civil. Ese es el reto y el sueño; y de los sueños han surgido las mejores realidades.