La devoción al Sagrado Corazón de Jesús no es una devoción sino la suma de todas las devociones. De hecho, más que una devoción es una filosofía y, además, el compendio de toda la doctrina cristiana. A fin de cuentas, se trata del amor de Cristo por los hombres.

Ocurre que ha recibido distintas denominaciones y orientaciones en distintas épocas históricas. La más habitual fue la de Teresa de Ávila y demás místicos españoles que ‘vendían’ la idea de la infancia espiritual, el abandono en manos de Dios. Y así, hasta llegar a Faustina Kowalska, quien resumiera toda la doctrina del Sagrado Corazón en cuatro palabras de abandono: “Jesús, en ti confío”. 

En otro tiempo se llamó infancia espiritual, y después se resumió en cuatro palabras: “Jesús, en ti confío”

Y entonces surge lo de Felipe VI, que se niega -sí, se niega- a imitar a su bisabuelo, Alfonso XIII, y consagrar España al Sagrado Corazón, en el Cerro de los Ángeles, el domingo 30 de junio, a las 10:00 horas. Porque Alfonso XIII no consagró España en el Cerro de los Ángeles a humo de pajas. Lo hizo, como recordaba en Hispanidad el catedrático Javier Paredes, tras la presión, de lo más antidemocrática, ejercida por la masonería española que amenazó al monarca con quitarle el Trono (Al final lo consiguió).

Y luego se encuentra uno con actitudes como las de la propia jerarquía eclesiástica, que llevan a preguntarse si hay alguien a quien le interesa la consagración de España a ese infancia espiritual que es, para muchos, lo mismo que la devoción al Sagrado Corazón. Y quien dice devoción dice cariño, cariño recio y fuerte.