De Pedro Sánchez asusta su frivolidad, su mediocridad, pero aún más su rencor.

Un periodista, también muy frívolo, le preguntó si Sánchez era guapo o sexy: “Soy sexy”, fue la respuesta del presidente del Gobierno. En otra ocasión le preguntaron cómo era tan guapo y respondió que era “guapo a secas”. 

Sí preocupa la superficialidad de Sánchez. Un varón que dice eso de sí mismo serviría de chanza y cuchufleta en la barra de un bar.

Ahora bien, más que su frivolidad me preocupa su rencor. Si algo distingue a Sánchez, mucho más que a cualquier otro presidente que le haya precedido, es su resentimiento. No es que ni perdone ni olvide, que esto siempre resulta melodramático, es que no puede soportar a nadie que posea ni la integridad ni el señorío de los que él carece.

Y, por supuesto, es de los que piensa que toda crítica es espuria, interesada y, naturalmente, injusta.