Abengoa va por un lado, con un calendario de negociación, y los bonistas díscolos con la reestructuración, a los que el juez de lo Mercantil dio la razón parcialmente, por otro. Es la explicación que aclara, básicamente, lo que sucede con la ingeniería andaluza, mientras el valor, muy volátil, se achica en bolsa entre los 0,04 euros de julio y los 0,02 euros de ahora. La redes sociales, dicho, son un avispero al respecto, comprensible.

Una cosa está clara: los bonistas, liderados por ZurichLiberty o Eximbank, juegan en un bando, haciendo suyo el mensaje de Los intereses creados, la obra de Jacinto Benavente. El objeto no es otro que presionar… para sacar tajada; es decir: mejores condiciones para el cobro de lo que reclaman (a lo que les da derecho, además, el aval de un juez). Suele ocurrir cuando unos pocos se proponen que rote el resto al compás que marcan.

Que Abengoa tiene problemas no lo duda nadie. De lo contrario, el problema ya se hubiera resuelto. Pero tiene también un aval judicial del mismo juez, Pedro Márquez, sobre la homologación del proceso de refinanciación en su conjunto.

Los bonistas ya intentaron, sin éxito, tumbar la homologación judicial para sanear Abengoa

Ojo, porque esa homologación (de noviembre de 2016) es la que querían tumbar en los tribunales los demandantes. Viene bien recordar, no obstante, la equidistancia del juez de lo Mercantil hasta en el abono de las costas procesales, repartidas proporcionalmente entre las partes. Leído ahora parece hasta simbólico… por aquello de no mezclar la parte en el todo.

Es lo que hace valer Abengoa para disipar malos augurios y enmarcar el problema donde está: la negociación de un pago, con un plazo, pero también con una marea de fondo: un proceso judicial, muy molesto para los reclamantes.

Del mismo modo que para la ingeniería, ojo, obligada a tirar de ingenio porque las cuentas (ingresos y gastos) son las que han sido, lo que ha obligado a Gonzalo Urquijo a la fórmula de una emisión de bonos de 142 millones de euros.

Por eso, decíamos ayer, que los bonistas bloquean el saneamiento aunque lo tienen muy difícil. Hay un plazo para llegar a un acuerdo y vence a finales de mayo. Hasta entonces habrá mucho ruido, mientras se vayan aclarando los términos de un acuerdo.

Ojo, porque el interés, en ese punto, no sólo está en los díscolos, sino también en los acreedores que firmaron el acuerdo, que se ven afectados, por los mismos motivos. Vamos, que tienen que aportar dinero nuevo, siempre una contrariedad, y juegan en los mismos plazos de cobro y no quieren ser menos que los otros.

Resucita de algún modo la misma duda que flotó durante meses con la salida de Abengoa de Atlantica Yield. La ingeríenía mantuvo silencio hasta las dos ventas (del 25% y el 16,5%) al fondo canadiense Algonquin, mientras se especulaba en plazos y condiciones.

No obstante, dicho sea de nuevo, hay un riesgo real sobre el proceso de saneamiento: que Abengoa no tenga el respaldo suficiente -los trámites tardan-, lo que levantaría el viejo fantasma del concurso de acreedores. Dicho lo cual, también es necesario añadir: en ese caso, los acreedores perderían más.