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Acabamos de vivir una vez más el aniversario del final de Auswichtz, el principio de la vida de muchos de los supervivientes de aquel holocausto. Sin duda una de las atrocidades más contemporáneas que ha vivido la humanidad… Pero no la única, ni tan siquiera la mayor en términos de cantidad, de esto hablé ya hace tiempo e hice un breve resumen de otros holocaustos y genocidios no tan sobresalientes como el nazi sobre los judíos que, por cierto, tampoco fue solo de judíos pero sí ha monopolizado el dolor, como si no existieran católicos, gitanos, discapacitados, testigos de Jehová, minorías asociales como homosexuales y presos reincidentes...
Como san Juan Pablo II decía en cada ser humano hay un misterio y un dolor, y hay vidas verdaderamente asombrosas que nos han acercado al sufrimiento ajeno, y si bien no entenderemos nunca este misterio, si comprenderemos mejor a la persona. Vidas que murieron en diferentes campos de trabajo o de exterminio, porque al final servían para lo mismo.
Lo que sí es cierto, es que el siglo XX ha sido una etapa de la historia muy antagónica porque lo mismo ha hecho realidad la implantación de los derechos humanos, respaldados por grandes organizaciones e instituciones, aunque haya países que siguen sin mirarlos ni de reojo -por cierto países de ideología comunista y/o bolivariana a los que políticos y gobiernos súper democráticos y progresistas siguen haciéndoles ojitos-. Y es que han sido millones de seres humanos masacrados en genocidios, guerras civiles y mundiales, deportaciones, aniquilaciones de etnias, clases, grupos religiosos o ideológicos, etcétera que, fíjense, precisamente en este contexto, cristianos de todas las confesiones han sufrido el martirio, más que otras condiciones o creencias. Un repaso a la barbarie que puede leerse -y estremecerse- en El siglo de los mártires (Encuentro) del historiador italiano y Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Roma III, Andrea Riccardi.
Walter Ciszek cuenta de su propia mano en 'Caminando por valles oscuros. Memorias de un jesuita en el Gulag', uno de los holocaustos más silenciados y, mucho más cruento y mayoritario que el holocausto judío, como fue el comunista de Stalin
Tambien, Walter Ciszek, fue un jesuita norteamericano, que se introdujo en Rusia con 25 personas más a bordo del vagón 89725, procedente de Al'Bertin, Polonia, una vez liberada de los nazis después de que el ejército rojo la pusiera bajo su bota. Al llegar Rusia, como realmente estaba liberado, hizo vida de ciudadano aunque su objetivo, como hombre de Dios, era el de evangelizar. Pero fue descubierto y detenido por la policía secreta. Le enviaron a la prisión de Lubianka acusado de espionaje. Una vez condeando, fue traslado a Siberia y estuvo encerrado en condiciones inhumanas con trabajos forzados durante 15 años, viendo morir a muchos de enfermedades, malos tratos o simplemente porque pretendieron la libertad. En 1963, fue intercambiado por dos espías rusos y pudo volver a los Estados Unidos. Todo esto y mucho más lo cuenta él de su propia mano en Caminando por valles oscuros. Memorias de un jesuita en el Gulag, uno de los holocaustos más silenciados y, mucho más cruento y mayoritario que el holocausto judío, como fue el comunista de Stalin.
También es llamativo el silencio sepulcral -nunca mejor dicho- de lo que tras la muralla china ha sucedido con no con pocos, sino todos, los católicos. En El libro rojo de los mártires chinos (Encuentro) de Gerolamo Fanzzini (ed) y prologado por el cardenal José Zen Ze-Kien, basado en los excepcionales documentos de súbditos chinos que por razón de su fe fueron sepultados durante cuarenta años de la historia contemporánea china, (desde 1940 hasta 1983). Fueron chinos, pero personas como usted y yo, que han conocido en sus carnes qué es la violencia del poder ideológico, ese poder procedente del odio que persigue a todo lo que no sea él mismo. Como el mismo Mao dijo a sus hordas después de ganar la batalla de las armas, estaba decidido a exterminar a los «enemigos sin fusil», es decir, a aquellos que describió como intelectuales, creyentes y opositores.
Cuando hablamos de holocaustos y genocidios, no quiero dejar de recordar que en este siglo XXI la muerte es el signo de nuestros tiempos, con el terrible crimen del aborto y de la eutanasia
Pero como siempre, cuando hablamos de holocaustos y genocidios, no quiero dejar de recordar que en este siglo XXI la muerte es el signo de nuestros tiempos, con el terrible crimen del aborto y de la eutanasia. Ya no hay chimeneas, ni campos de trabajo espantosos, ni escenas de horror con cuerpos asesinados y amontonados dispuestos para las fosas comunes. Ahora el escándalo se vive en la intimidad, con las máximas seguridades de la asepsia médica y científica. Protegido por leyes que proveen a las personas de la seguridad jurídica imprescindible para que hoy nadie les acuse de asesinos y el día de mañana, las próximas generaciones comprendan que todo estaba en orden, que todo era correcto.