Estamos asistiendo a una terrible inversión de los valores por los que se rige y construye nuestra sociedad. Parece que hoy en día da vergüenza opinar que Occidente debe su grandeza al desarrollo y obediencia de los principios greco-judeo-cristianos a los que debe su desarrollo y su libertad. Lo más cool ahora es tratar de convencernos de que esos principios están desfasados, superados en todo por unos nuevos de individualismo y hedonismo que en realidad son todo lo contrario porque se apoyan en una tutela absoluta del Estado, monstruo omnipotente devorador de libertades y castrador de iniciativas individuales, que enmascara su totalitarismo en un falso concepto de solidaridad.
No es algo accidental, más bien parece un proceso universal perfectamente orquestado. Y la ofensiva principal para lograr el éxito de ese proceso es atacar a la familia para que deje de ser el cauce de nuestra libertad y convivencia. Si se la destruye se habrá roto el bosón de Higgs de nuestra sociedad, la partícula que le da masa, la que la sostiene. Esos ataques a la familia son constantes y son más o menos inteligentes según sean menos o más evidentes respectivamente. Un ejemplo de ataque absolutamente idiota es la frase “los niños no son de sus padres” que valió sin embargo a su autora el cargo de Embajadora de España ante el Vaticano previo el, incomprensible para mí, placet de la Secretaría de Estado. Y en la misma línea de ataque frontal podemos ver la negación del concepto de familia por el sistema de definir incontables tipos de familia diferentes. Pero los ataques más efectivos no son frontales, se deslizan indirecta y ladinamente en los medios para ir creando el caldo de cultivo necesario para destruir la familia. Los más eficaces para ese propósito y los más duraderos y constantes en el tiempo son las campañas a favor del aborto y la eutanasia y les sigue en eficacia destructiva el continuo proceso de laminación de autoridad de padres y maestros en la formación de los jóvenes.

Las campañas más inteligentes sin embargo son las que se presentan como defensivas. Vamos a demonizar una conducta de nuestros enemigos (y enemigo es todo el que no es absolutamente sumiso), vamos a ponerle un nombre sonoro y vamos a achacarles todos los pecados a quienes siguen esa firma de vida. Eliminémosles de la convivencia, estigmaticémoslos. Así quienes creemos en la vida, quienes queremos la familia y queremos tener hijos porque creemos que solo así construiremos un futuro sólido de nuestra sociedad, resulta que practicamos el natalismo, una nueva aberración de conducta fruto de nuestros instintos totalitarios y ultranacionalistas. Orwell y Huxley se quedaron cortos.