Libros recomendados
George Orwell escribió 1984 para avisarnos de que los mecanismos del poder pueden ser usados astutamente contra eso que la revolución francesa denominó pueblo soberano. Una manera tramposa, perversa, con recursos medidos para que los ciudadanos piensen que la esclavitud a la que es sometida es la ansiada libertad: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud…” ¡Y así todo! Pues a Orwell, que lo que quería era hacernos un favor, nos lo han robado porque los señores del mundo se nos han adelantado y tomado la distopía más famosa del siglo XX como la plantilla de desarrollo para dar forma a su poder perpetuo.
En Señor del mundo, Robert Hugh Benson muestra que el poder absoluto se convierte en corrupción absoluta, lo tenga quién lo tenga. No en vano el Papa Francisco recomendó muy desde el principio de su papado esta distopía tan clarificadora, que en los tiempos que nos toca vivir en general, y de forma espectacular en Estados Unidos, sucede como en la novela. A diferencia de Orwell, que trata más de la metodología, esta otra muestra la tiranía de la persona sobre el resto de la humanidad. Es decir, profundiza en la maldad del ser humano y de cómo es capaz de retorcer la voluntad y los principios fundamentales de la libertad y el amor para convertirlo en todo lo contrario.
La conclusión es muy sencilla: un libro en manos de un vecino es un arma cargada. ¡Quémalo! Saca la bala del arma…». Ahora quizá se comprenda mejor el espíritu de la letra de la Ley Celaá
Otro magnífico ejemplo de manipulación de la libertad, para terminar actuando desde la ignorancia y contra sí mismo, es Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, que tampoco se queda corto a la hora de exponer al lector al retorcimiento de la realidad hasta convertirla en algo pecaminoso -contra el Estado, claro-, como puede ser la lectura. Cuando el capitán Beatty está adoctrinando a Guy Montag con recursos argumentales envolventes con los que justifica que el sol brilla en la noche, en un tono paternal, me recuerda mucho a los dirigentes del mundo globalista. Dice Beatty: «¡Claro que sí…! Todos debemos parecernos. No todos nacimos libres e iguales, como dice la Constitución… ¡Nos hacemos iguales! Cada hombre, la imagen de cualquier otro. Y todos somos así igualmente felices. No hay montañas sobrecogedoras que puedan empequeñecernos. La conclusión es muy sencilla: Un libro en manos de un vecino es un arma cargada. ¡Quémalo! Saca la bala del arma…». Ahora quizá se comprenda mejor el espíritu de la letra de la Ley Celaá.
Sus pataletas científicas me dan igual porque como casi todo en la Biblia son mensajes para la humanidad de todos los tiempos, no para algunos científicos, y las siete plagas que relata el Antiguo Testamento son un aviso a los hombres y mujeres de todos los tiempos que retan a Dios
Los arqueólogos se ponen de los nervios cada vez que se habla de las plagas de Egipto, de Moisés y el pueblo hebreo, porque dice que nada de eso existió, bueno el pueblo hebreo sí, pero no cómo se cuenta en la Biblia. Sus pataletas científicas me dan igual porque como casi todo en la Biblia son mensajes para la humanidad de todos los tiempos, no para algunos científicos, y las siete plagas que relata el Antiguo Testamento son un aviso a los hombres y mujeres de todos los tiempos que retan a Dios. Y en el caso concreto del faraón, el reto consiste en creerse dios. Las plagas, a saber: conversión del agua en sangre; la invasión de ranas, piojos, moscas; la peste del ganado; las úlceras; la lluvia de fuego y granizo, langostas y saltamontes, son avisos de la tontuna humana cuando nos ponemos a recrearnos nosotros mismos y pensar que todo, lo bueno y lo malo, depende de nuestra sagrada voluntad, y lo peor… ¡que nosotros sabemos qué hacer con ello! José Antonio Fortea lo recrea muy bien en Cuando amanezca la ira, una ficción sobre cómo las plagas afectaban al faraón, a su corte y a su pueblo, en el que una y otra vez el faraón se empeña en demostrar que lo que hace el dios de los hebreos no son más que naderías y él lo puede controlar… Ya se sabe, nada pudo y menos controlar.
Desgraciadamente, el paralelismo de las siete plagas de Egipto con los tiempos actuales da miedo. No, no piensen que voy hacer un discurso apocalíptico, más bien un discurso sobre la estupidez humana, porque los muy progresistas de los que mandan hoy, creen que volverse contra el hombre poniendo y actuando de facto contra él sobre su antropología, su vida y su muerte, les salvará de algo. Las plagas no las manda Dios, las plagas son las consecuencias del mal hacer del hombre contra el propio hombre.
José María Cano (Mecano) recientemente ha declarado lo que no se atreve la Conferencia Episcopal: «Se nos está pidiendo que seamos prudentes, que nos pongamos mascarillas y nos lavemos las manos con frecuencia», recuerda, «pero pocos son los que nos invitan a rezar». «Hay que ser prudentes en la expansión del virus, pero para rezar no hay que ser prudentes», sostiene.
Por cada metedura de pata del ser humano, Dios pone sus manos debajo para que la caída sea menos caída. De la plaga de la COVID-19 no saldremos solos, sobre todo si los que pueden hacer algo por el bien común, hacen uso de su poder para empoderarse. También hay otros recursos que habría que poner en marcha: los sobrenaturales. Esta plaga del Coronavirus es una gran ocasión para aprovechar y hacer catequesis en esta tierra de misiones llamada Occidente, ¿o no?