Imagen de la película 'Primera Plana'
Los verificadores independientes, o sea, censores dependientes de lo políticamente correcto y, que en algún caso, viven, no mal, a costa dinero del especulador George Soros (un especulador muy progresista, que conste), han vuelto a poner sobre la mesa uno de las grandes mentiras de la modernidad: la objetividad periodística.
Quizás por ello conviene recordar que el periodismo objetivo es aquello que dice un periodista cuando no sabe qué decir o cuando no le dejan decir lo que sabe.
Esto es, cuando no le sale, por incapacidad o por pereza, el juicio de valor que ofrece racionalidad a su relato de los hechos o cuando no quiere meterse en líos y prefiere atenerse a la verdad oficial, por lo general alejada de la verdad real. Es decir, atenerse al comunicado de prensa que emite el poder político o económico… sin comentarios ni apostillas.
¡Muerte a la objetividad! ¡Muerte a lo políticamente correcto!
Un ser racional, y corren rumores insistentes de que los periodistas lo somos, es aquel que formula juicios de valor, no el grabador o la cámara de TV que describe la realidad. Eso las cámaras lo hacen mucho mejor que el hombre. Cuando menos, el periodista debe explicar las imágenes o los audios que recoge una cámara y esa explicación ya comporta subjetivismo, aunque no se separe un ápice de los hechos.
Pero, por lo general, el periodista, abrumado por las facturas domésticas, pretende atenerse a lo políticamente correcto: así nunca le pillarán en un renuncio. También así no molestará al poder, aunque a algún observador pudiera parecérselo.
No necesito recordarles que en 2021 nada resulta más impolíticamente incorrecto que el cristianismo. La conclusión final se la dejo al lector.
Y una puntilla: el periodista no miente, al menos no miente porque sí. ¿Por qué había de hacerlo? Naturalmente, tiene sus filias y sus fobias, pero eso sólo resulta relevante en el caso de que se pretenda ocultar el objetivo del medio… en nombre de la objetividad. Porque esa es otra, el periodismo objetivo resulta, además, poco sincero.
Un ser racional, y corren rumores insistentes de que los periodistas lo somos, es aquel que formula juicios de valor, no el grabador, o la cámara que describe la realidad… generalmente mal
No es verdad aquel desgraciado aserto político que reza así: la mitad de lo que los periodistas publican es mentira y la otra mitad no es verdad. Y, sobre todo, no es verdad que la culpa de tan presunto desaguisado sea la subjetividad.
Se debe a que el periodista no quiere salirse de lo políticamente correcto. Es decir, no quiere complicarse la vida.
Esto es, justamente, a lo que ahora se enfrenta, no sólo el periodismo, sino también el periodismo católico. Y hay que afrontarlo, no rendirse.
Además, es mucho más divertido comportarte como eres que andar escondiéndote bajo un manto de papanatismo progresista.