El Partido Popular vive uno de los momentos más paradójicos de su historia reciente. Tiene al alcance una victoria electoral sólida, una izquierda exhausta y un presidente del Gobierno cercado por la incertidumbre judicial y el desgaste social. Y, sin embargo, el PP no genera ilusión, no consolida mayorías ni transmite la convicción de ser una alternativa real. La explicación no es un misterio: el PP proyecta una imagen de partido acomplejado, quizá por estar demasiado escorado al centro político, temeroso de perder los votos de la izquierda y, al mismo tiempo, incapaz de hablar con claridad a su voto natural, es decir, a la derecha sociológica.

La fuga electoral hacia Vox no responde a una radicalización espontánea del electorado, sino al vacío creado por Génova. Muchos votantes conservadores perciben que el PP no da la batalla cultural, evita confrontar las políticas identitarias, se incomoda hablando de la familia, la inmigración o la nación, y vive con un miedo permanente a ser etiquetado como “heredero del franquismo”. Ese complejo es una losa. El PP sigue sin liberarse de complejos que la izquierda utiliza como arma arrojadiza. Ante esa acusación, es incapaz de construir un relato firme: el de un partido plenamente democrático, hijo de la Transición, orgulloso de la Constitución del 78 y sin vínculos nostálgicos del blanco y negro. Mientras no resuelva ese nudo, seguirá preso de sí mismo.

A esto se añade la grieta del liderazgo. Alberto Núñez Feijóo parece un gestor competente, pero en la política española actual eso ya no basta. Frente a un Pedro Sánchez experto en el manejo del relato y en la ingeniería de alianzas, Feijóo aparece como un político tímido en la confrontación y excesivamente tecnocrático.

Muchos votantes conservadores perciben que el PP no da la batalla cultural, evita confrontar las políticas identitarias, se incomoda hablando de la familia, la inmigración o la nación, y vive con un miedo permanente a ser etiquetado como “heredero del franquismo”

España atraviesa una crisis profunda por las tensiones con el Poder Judicial, cesiones ante los independentistas, ataques a la separación de poderes, deterioro económico maquillado y, sobre todo, la colonización sanchista de las instituciones. Ese escenario exige un liderazgo fuerte y una claridad moral inapelable. El PP, en cambio, parece confiar en que Sánchez se cueza en su propia salsa, en vez de presentarse él mismo como un proyecto activo de regeneración nacional. Y lo cierto es que, pese a su desgaste, Sánchez sigue proyectando determinación —aunque mienta—, mientras Feijóo proyecta indecisión. Y en política, la duda se paga caro.

A esta contradicción se suma otra aún más dañina: el papel del PP en Bruselas, porque mientras en España se presenta como alternativa al sanchismo, en Europa mantiene una alianza práctica con el PSOE. Allí, populares y socialistas votan juntos la Agenda, la inmigración, la política de género, las directivas verdes que castigan al campo español y también ciertos marcos regulatorios que Sánchez usa a su favor. Y para el votante conservador se percibe como contradicción, como una traición imperdonable. Y claro, Vox lo señala sin descanso: «el PP critica a Sánchez en España, pero comparte su política en Europa». El PP, además, no explica sus votos, ni marca distancias. No defiende la soberanía nacional ni fija una orientación propia dentro del Partido Popular Europeo, por lo que al final parece más un cómplice por omisión, y se deja ganar por el relato de la izquierda y la huida del descontento termina en Vox. Aprender  de cómo lo ha hecho Georgia Meloni en Italia, combinando europeísmo operativo con soberanía nacional, le haría un favor a su imagen.

Es un clamor de la derecha sociológica, el deseo de que el PP y Vox convivan, no que se destruyan. Por tanto, el PP debe dejar de demonizar a Vox y reconocerlo como aliado potencial, pactando cuando sea necesario sin perder identidad. La derecha española es plural, como lo es la izquierda, y pretender lo contrario es negar la realidad política del país. El Partido Popular tiene que asumir su papel histórico como partido de centroderecha actuando sin complejos o seguirá intentando contentar a unos y a otros para después decepcionar a todos. Resumiendo, el dilema del PP es que, si endurece su discurso, teme perder al votante moderado; si mantiene el perfil tecnocrático, pierde al conservador; si pacta con Vox, la izquierda lo demoniza; y si no pacta, no gobierna.

La cuestión no es si debe ser centrista o conservador. La cuestión real es que ahora mismo no es ninguna de las dos cosas, sino una mezcla inestable que no genera ni identidad ni confianza. Es un mero refugio temporal de votos antisanchistas, pero no un proyecto reconocible.

El PP, además, no explica sus votos, ni marca distancias. No defiende la soberanía nacional ni fija una orientación propia dentro del Partido Popular Europeo, por lo que al final parece más un cómplice por omisión, y se deja ganar por el relato de la izquierda y la huida del descontento termina en Vox

En cuanto al liderazgo, si Feijóo no puede ser carismático, debe ser contundente, y si no puede ser contundente, debe rodearse de quienes sí lo sean. Isabel Díaz Ayuso, Cayetana Álvarez de Toledo, Miguel Tellado o Esther Muñoz marcan el camino: confrontan, incomodan y desmontan el relato socialista. Eso es lo que la oposición necesita y lo que sus votantes esperan de su líder, no una postura elegantemente algodonada. También es hora de desprenderse de figuras inoperantes, o peor, contradictorias, como Esteban González Pons, cuya influencia europeísta aporta más confusión que fortaleza.

En definitiva, o el PP reconstruye su identidad sin complejos, o seguirá siendo un partido que gana encuestas, pero pierde país. Ningún partido puede liderar una nación si no se atreve a liderar primero su propio discurso. Y el tiempo de la tibieza se está agotando.

Lucha de tribus (La Esfera de los libros), de Eduardo Bayón. Un recorrido claro y necesario para comprender las tensiones y retos de nuestra vida pública y política, dejando a la luz las controversias entre partidos y sus enfoques. Un análisis esencial para entender la batalla cultural e ideológica en la España actual que examina con rigor y equilibrio los hitos recientes de la política española, desmitificando conceptos clave como libertad, igualdad, seguridad, feminismo o economía. También estudia el sistema electoral, la identidad nacional, el populismo, la crisis institucional y los hiperliderazgos.

Los nuevos conservadores (Sekotia), de Anthony T. Kronman. Este libro, escrito por uno de los grandes pensadores sociales estadounidenses, demuestra que el diálogo entre conservadores y progresistas es posible y necesario en un mundo dividido. Revisa la evolución del conservadurismo desde la Revolución Francesa, defendiendo tradición, cultura y espiritualidad sin caer en dogmas. Guiado por autores como Burke, Tocqueville, Nietzsche o Arendt, propone reconciliar humanismo conservador y progresismo, ofreciendo un camino intelectual hacia el entendimiento y la convivencia.

El colapso de la administración en España (Catarata), de Carles Ramió. Si el PP aspira a gobernar verdaderamente en España de nuevo, tendrá que hacerse con este libro para conocer la radiografía del país. Lo digo porque en este libro se estudia a la Administración pública, que atraviesa su mayor crisis desde la democracia, con servicios deteriorados y estructuras obsoletas que no se han adaptado al aumento de población. Este libro analiza las causas del colapso y propone reformas urgentes: rediseñar la atención al ciudadano, revisar privilegios funcionariales y actualizar perfiles profesionales e innovación.