Los romanos definían a dos amigos como aquellos que aman lo mismo y que aborrecen lo mismo. Por eso, a pesar de todas las declaraciones de buenas intenciones, resulta muy difícil que un cristiano, por ejemplo, sea amigo de un musulmán. Puede haber buena intención por ambas partes, incluso por parte del islámico, pero en cuanto la coherencia entre en escena es difícil que brote la amistad entre quien se sabe hijo de Dios y aquel para quien llamar padre a Dios constituye una blasfemia, no pueden amar lo mismo ni aborrecer lo mismo.

Y hablo de creyentes, en Cristo o en Alá. Si no crees en nada, ¿en qué vas a coincidir con el aspirante a amigo? Ni en tus filias ni en tus fobias, ni en tus amores ni en tus odios: la amistad entre dos nihilistas sin convicciones -recuerden que tener convicciones se ha vuelto antidemocrático, pues atenta contra el diálogo y la diversidad- sería catalogado como uno de los trabajos de Hércules.

El octavo pecado capital es la melancolía

Por su parte, los primeros cristianos hablaban de ocho pecados capitales. El octavo era la tristeza. Y todo esto tiene mucho que ver con la melancolía. Vivimos en el mundo triste del siglo XXI. Nuestra vida es tedio agitado, nuestra enfermedad favorita es la depresión, nuestra tendencia es al suicidio y a la castración. No he visto sociedad menos vitalista que la actual. Ahora bien, el octavo pecado capital tiene solución: no hay depresión que aguante un rato de oración ante Dios, el que nunca traiciona. 

Tanto es así que se puede afirmar lo del inicio: la tristeza es pecado y sí, nosotros somos los culpables de nuestras depresiones. Además, pedirle a un psicólogo que solucione nuestras depresiones es como exigirle a un niño que pergeñe los Presupuestos Generales del Estado.

Sí, la tristeza es pecado y sí, nosotros somos los culpables de nuestras depresiones

Los fármacos ayudan al deprimido, que no deja de ser un anfibio de cuerpo material y alma espiritual. Pero el fármaco cura el cuerpo, es decir, las consecuencias de la depresión, no la causa. La tristeza sólo tiene un remedio y no es farmacológico sino espiritual. Si se siente triste no acuda al psicólogo: entre en una iglesia, colóquese ante el Sagrario... y hable.

Algo de esto es lo que recordaba precisamente un psiquiatra, Viktor Frankl, cuando aseguraba que quien tiene un porqué para vivir acabará encontrando el cómo. Pero, ¿acaso existe un porqué mejor que el amor de Cristo, el conocer lo de San Juan -Dios es amor- y el caer en la cuenta de que Dios es un padre pendiente de la palabra de su hijo, el hombre, además del amigo que nunca traiciona, el que sacia sin saciar? 

Además, ya saben que el perdón es la medida del amor cuando se siente ofendido. Y la nota distintiva que convierte a Dios en el amigo que nunca falla es que Cristo siempre perdona.