Gente hay a quien en Navidad se le vuelve más compasivo el calendario. Especialmente, esta extraña enfermedad les suele sobrevenir a aquellos que confunden caridad con filantropía y que todo lo donan, no directamente, sino a través del Boletín Oficial del Estado. Son los que no dejan de evocar derechos pero ayudan al menestoroso con el BOE, es decir, con el dinero de los demás. 

Estos filántropos navideños parecen dispuestos a entregar el hígado a la primera ONG, entidades cuyo único problema, como ya hemos observado en diversas ocasiones, es que les sobra la "n". 

Y así, por legalistas, tiendan a profesionalizar la caridad y acaban preocupándose de los pobres en periodo lectivo, mientras que el cristiano debe preocuparse de los menesterosos e impecunes las 24 horas del día, a tiempo y a destiempo... y con su propio dinero.

El pobre no puede exigir la limosna como el inmigrante no puede exigir la acogida

En cualquier caso, para muchos Navidad es esa fecha idónea para compartir algo con los pobres. Y me parece excelente, pero la caridad y la verdad van siempre de la mano y merece la pena aclarar conceptos en estas fechas. Por ejemplo, este concepto: ayudemos al pobre todo lo que podamos pero la pobreza no es un mérito, sólo es una desgracia. La petición de limosna no puede convertirse en la exigencia de un 'derecho'... porque ese derecho no existe.

Es más, la pobreza no otorga derechos y la solución a la desigualdad no radica, no puede radicar, en el reparto de la miseria ni en el robo a la propiedad de los ricos o de lo que la progresía filántropa suele identificar como ricos y que no son otra cosa que sus adversarios políticos. 

"Yo no pido limosna exijo justicia", clama el progre. Claro campeón, pero no vale aplicar justicia con el dinero de los demás y de forma coercitiva.

La caridad es hija de la verdad y hermana mayor de la justicia

La caridad va de la mano de la verdad y está emparentada con la justicia. De hecho, la caridad no es sino su hermana mayor. En resumen, la caridad es hija de la verdad y hermana mayor de la justicia. 

Pero insisto, estamos en Navidad. Centrémonos en un sólo mensaje: la pobreza es una desgracia, no un derecho. Al impecune hay que ayudarle pero el impecune no puede exigir la ayuda, no es un derecho. Es lo mismo que ocurre con el inmigrante: lo cristiano es recibirle con los brazos abiertos y acogerle, pero la acogida no es un derecho que el inmigrante pueda exigir a bocinazos. Por de pronto, a cambio de la acogida, el inmigrante está obligado a respetar al país que le acoge. Recordarles este deber, al pobre y al inmigrante, es también una buena obra navideña.

¡Feliz y Santa Navidad!