Reducir a hablar de la Hispanidad al 12 de octubre, es faltar a la justicia y, por lo tanto, a la verdad. La Hispanidad es una plataforma cultural que no conoce fronteras, que se extiende en el tiempo como lo hace a lo largo de todo el calendario. 600 millones de personas que hablan español y cuyas coordenadas culturales beben de las mismas fuentes. Fuentes que perduran como perdura su origen: lo católico, que no se refiere tanto a un concepto religioso como al cultural, a la forma de ver la vida y las relaciones humanas, la familia y la sociedad.

Y quiero señalar que es católico para no confundirlo con un mero cristianismo, que tiende a aguar la esencia misma de la evangelización. Quien se haya preguntado alguna vez si se puede ser hispanista y protestante a la vez, posiblemente se haya encontrado en una especie de laberinto mental enmarañado. Pues si alguna vez lo has hecho, o no, pero no sabías qué responder, te lo aclaro: no, la hispanidad no es compatible con lo protestante, por muy ecuménico que te quieras poner. De hecho, uno de los mayores daños culturales que se vive en Hispanoamérica, es precisamente el avance protestante en todas sus sectas posibles, confundiendo a tantos católicos cándidos que se dejan llevar por los cantos de sirena de una religión a la medida, que te ajustas y reajustas según con qué pie te levantas de la cama.

Sin embargo, en la actualidad, estamos siendo testigos del renacimiento de la Hispanidad como una fuerza cultural y social, no solo en el ámbito hispanoamericano, sino también en Europa y, en especial, a través de las corrientes migratorias. Este fenómeno se enmarca en una suerte de pulso cultural entre un mundo globalista, de raíz anglosajona y protestante, y una Hispanidad que durante mucho tiempo ha permanecido adormecida o fragmentada, y no sin querer.

En la actualidad, estamos siendo testigos del renacimiento de la Hispanidad como una fuerza cultural y social, no solo en el ámbito hispanoamericano, sino también en Europa

Históricamente, tras la caída del Imperio español en el siglo XVIII, que Cesáreo Jarabo cuenta en su libro -ya en su 2ª edición-, El fin del Imperio de España en América, el vasto territorio hispano quedó dividido en múltiples estados-nación, muchos de ellos influenciados o apoyados económicamente por potencias -y por qué no decirlo, masónicas- anglosajonas. Esto, no solo desmembró el antiguo imperio, sino que a lo largo del tiempo han intentado atomizar esa identidad cultural compartida, la Hispanidad.

Hoy, esa atomización se observa también en la propia España, donde los nacionalismos regionales -incentivados desde los gobiernos centrales-, y ciertos movimientos ideológicos buscan debilitar el nexo histórico-cultural hispano. Jesús Rul ensaya en este sentido con su libro El español, lengua común donde, de manera muy pedagógica, dice que defender el español no es excluir, es garantizar derechos. Es -en definitiva- una llamada a recuperar la convivencia lingüística en España. Claro, del mismo modo surgen corrientes en la América Hispana indigenistas, influencias protestantes o ideologías que, de alguna manera, erosionan esa identidad compartida, donde el influjo estadounidense, especialmente desde el cine y la música, actúa con fuerza con el inglés, especialmente en México, vecino fronterizo.

No hay nada sin querer. Los hispanistas y los estudiosos de la geopolítica saben que la ruina y desmoronamiento de España actuaría como efecto dominó sobre las Américas hispanas, pero no por causas de supremacismo -eso se lo dejamos a los anglosajones-, ni tampoco, desgraciadamente, por motivos de liderazgo. Si no porque España es ese tubo de ensayo donde las fuerzas globalistas experimentan y saben con ello que lo que sucede en nuestro país actúa como espejo donde millones de personas se miran desde América, ya sea por amor o por odio a sus orígenes, pero origen, al fin y al cabo.

La conexión cultural y lingüística, así como la revitalización de una conciencia histórica común, podría convertirse en una base sólida para enfrentar los desafíos del globalismo y reafirmar una identidad cultural que trascienda fronteras y divisiones

Sin embargo, este artículo propone que, a pesar de esos intentos de fragmentación, la hispanidad está encontrando un nuevo y renovado impulso. Carlos Leañez, en su libro Por qué el futuro es hispano, defiende la idea de que la historia nos demuestra que hemos sido grandes. Y que la realidad nos revela que podemos volver a serlo. Pero no lo hace desde la nostalgia de un imperio que jamás volverá, sino desde tres puntos fundamentales que le dan la razón: el idioma, la expansión demográfica y el ciberespacio, cada día más colonizado por un mismo idioma, el español, que nos reúne a todos.

La conexión cultural y lingüística, así como la revitalización de una conciencia histórica común, podría convertirse en una base sólida para enfrentar los desafíos del globalismo y reafirmar una identidad cultural que trascienda fronteras y divisiones. Pero caeríamos en una ingenuidad atroz si pensásemos que los globalistas de raíces anglosajonas se van a dejar comer el terreno. Vivimos, y se va a recrudecer, esta batalla cultural a medida que el movimiento hispanista, se crezca y tome más parte del pastel cultural. Se pondrán límites lingüísticos en la Internet, se utilizará de manera obligada el idioma inglés hablado y escrito en las instituciones intergubernamentales, encabezas por la ONU y todas sus derivadas; y se fortalecerán las publicaciones científicas y académicas en inglés para que el español no sea homologado como medio de comunicación internacional.

Personalmente, apelaría a nuestros dirigentes, empezando por la Corona, pero me temo que es una tarea estéril. Por eso me fio más de los estudiosos, los lingüistas, historiadores, diplomáticos, científicos, artistas, comunicadores e influenciadores para que hagan pedagogía desde sus posiciones culturales y de poder, como hacemos ciertos editores y productores de cine como José Luis López Linares o asociaciones civiles como Héroes de Cavite y ayudemos al común de los mortales, en España y América, a reconocernos a nosotros mismos, a descubrir el poder que tenemos como capa cultural y cultivadora más allá de nuestros complejos negrolegendarios, quien los tenga.

Podemos hacerlo. Hagámoslo.