Decíamos ayer que no hay depresión que aguante 10 minutos de oración diarios. Y tengan en cuenta que la depresión es la enfermedad del siglo XXI. Y decíamos también que la solución a la pobreza está en el confesionario porque es en el arrepentimiento, que es en el perdón del Padre al hijo pródigo, donde el hombre encuentra su dignidad.

Intentaré completar la idea con la explicación del mismo párroco madrileño que ya citaba en artículos anteriores y que se ha volcado con los pobres -perdón, vulnerables- en una barriada madrileña. Y no, no hablo del padre Ángel.

Hay dos tipos de pobres, perdón, vulnerables: los que pasan necesidad y los que, además de pasar necesidad, sufren depresión. Estos últimos, asegura este párroco madrileño, nada conocido en los medios, tienen más difícil cura. Claro, es que el hombre es cuerpo y alma y no logra separar su naturaleza material de la inmaterial. Es decir, la peor pobreza no es la indigencia sino la pérdida de su dignidad como ser humano. Y un hombre que pierde su dignidad pierde mucho, porque su dignidad es impresionante, formidable: consiste nada menos que en ser hijo de Dios.

La pobreza no es una enfermedad del cuerpo sino del alma. Si quieres solucionarla, preocúpate del cuerpo pero, sobre todo, del alma. Por no hacerlo, es por lo que todas las luchas ‘políticas’ contra la miseria se cronifican

Y es en la confesión (lo dice un cura con experiencia en pobres, experiencia de verdad) donde el impecune recupera su dignidad. De la pobreza no se sale ni con peces ni enseñando a pescar: se sale con la renacida convicción de que eres un ser útil por el mero hecho de haber sido llamado a la existencia, tan necesario, que hay alguien que vela por ti.

Un ser capaz de mejorar, de arrepentirse del mal realizado que sólo degenera en el momento en que pronuncia la frase más ominosa de todas: Yo no me arrepiento de nada.

De este párroco madrileño he ratificado la idea de que no hay perdón sin arrepentimiento -o dicho de otro forma, el perdón es para quien lo pide- pero también que cuando hay alguien que perdona, y que posee los títulos necesarios para perdonar, entonces sí que es posible empezar una nueva vida.

En resumen, contra miseria, confesión; contra pobreza, penitencia. Del confesionario, no de los Presupuestos Generales del Estado ni de las ONGs, sale el hombre nuevo y rico, curado de su depresión.

La miseria no es una enfermedad del cuerpo sino del alma. Si quieres solucionarla, preocúpate del cuerpo pero, sobre todo, del alma. Por no hacerlo, es por lo que todas las luchas ‘políticas’ contra la pobreza terminan en fracaso y la miseria se cronifica.