Oigo hablar mucho, por ejemplo a las feministas, a las futbolistas campeonas del mundo y a los majaderos de la ideología de género, de dignidad y mucho me temo que estemos confundiendo dignidad con orgullo, o sea, con nuestra puñetera soberbia, esa que no muere sino 24 horas después de que hayamos fallecido. Es decir, mucho me temo que estemos hablando de la dignidad del macarra exigiendo respeto al vecino, cuando lo que pretende es imponerse a él.

Sólo un apunte: la dignidad de los hijos de Dios está en la libertad. No lo digo yo, lo dice el Catecismo vigente de la Iglesia católica, número 2736, para ser exactos. Sí: cada persona posee dignidad realmente excelsa porque Dios ha querido otorgarle un bien de primera división: la libertad, que es libertad, excelsa, de elegir entre el bien y el mal. Y el hombre se hace digno cuando en su libertad elige el bien. Las futbolistas de la  Selección española, por muy campeonas del mundo que sean, lo mismo.

Si el mundo va mal es producto de la libertad del hombre, no culpa de Dios

No ocurre lo mismo con Dios: el señor de la libertad no es libre: lo único que Dios no puede es aquello que no quiere. ¡Pero si Dios es todopoderoso! Cierto, pero respeta sus propias normas, respeta la libertad del hombre y por eso, en tantas ocasiones, le contempla, con dolor, caminando hacia su perdición. 

Dos conclusiones: somos muy poca cosa y si el mundo va mal es producto de la libertad del hombre, no culpa de Dios. Cuidado con la dignidad orgullosa, raíz del devaluado debate social y político de nuestro tiempo. La dignidad del ciudadano no procede de un derecho, sino de un deber, el deber de elegir el bien, también el bien común, y de rechazar el mal.

Un deber que es activo, para no caer en la incoherencia de la vieja copla de la pasividad:

Pero si ese es el camino,
que el que no hace, más consiente, 
me haré santo solamente 
con aceptar mi destino: 
el del mancebo que mudo, 
de una sábana cubierto,
vio a Cristo que iba a ser muerto, 
la tiró y huyó desnudo.
 
Y esta actitud no es muy loable. 
La de la dignidad orgullosa, tampoco.