Es curioso que cuando alguien habla de la Segunda Venida de Cristo, se confunda o no con el fin de este mundo, nos imaginemos al chiflado iluminado, cuando lo cierto es que una figura en el Credo que deberíamos recitar de vez en cuando...
No lo digo yo, sino el inmenso Leonardo Castellani, así que hagan el favor de hacerle un poco de caso. Va sobre el juicio final:
"Yo no sé cuándo será el fin del mundo, pero esos incrédulos, que lo niegan o postergan arbitrariamente saben mucho menos que yo. ¿Verá el bebé que ha nacido hoy el mundo convertido en un vergel y un paraíso propio de la ciencia moderna? Ciertamente que no. Si lo ve convertido en un vergel, será después de destruirlo la ciencia moderna y refaccionado por el poder del Creador y la segunda venida del Verbo encarnado. Ahora, no ya a padecer y morir, sino a juzgar y a resucitar".
Es curioso que cuando alguien habla de la Segunda Venida de Cristo, se confunda o no con el fin de este mundo, nos imaginemos al chiflado iluminado, cuando lo cierto es que una figura en el Credo que deberíamos recitar de vez en cuando... incluso pensando en lo que decimos: "y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin".
Y luego está la otra idea: escuchen a la ciencia, como reclama el doctor Sánchez, pero si esperan que la ciencia forje un mundo mejor no seré yo quien les tilde de necios. Aún más, albergaré una insondable admiración por su ingenuidad.
Castellani insiste: "Estos impíos que dicen que el mundo no se acabará nunca o bien durará todavía 18.000 millones de años se parecen a esos viajeros que se empiezan a entristecer cuando el tren está por llegar. Y puede que ellos tengan sus motivos para entristecerse pero el cristiano no los tiene. Este mundo debe ser salvado, no solamente las almas individuales, sino también los cuerpos, y la naturaleza, y los astros. Todo debe ser limpiado, definitivamente de los efectos del pecado, que no sean otros que el dolor y la muerte y para llegar a eso bien vale la pena pasar por una gran angostura".
Y esta es la conclusión y la receta de vida más importante de todas: si es cierto que vivimos en una etapa fin de ciclo, en la etapa final de la historia no deberíamos ponernos tristes, sino radiantes. Porque este mundo, no sólo las almas, aunque sean lo más importante, sino también la naturaleza y el universo entero, debe ser redimido, limpiado y planchado: lleva demasiado tiempo corrupto, enmierdado y hediondo. Y la inmundicia incrustada suele desaparecer cuando se suprime.
Si el fin del mundo está próximo (y todo indica que que se está cumpliendo aquello de "cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?"), ¿qué debemos hacer? Nada extraño, lo mismo de siempre, sólo que mejor. mismamente, lo que hacíamos antes de perder la fe o de comportarnos como si la hubiéramos perdido. Hay que recuperar a Cristo para nuestras vidas.