Cuando hablamos de fariseos, el imaginario popular lo sitúa, como no puede ser de otra forma, en los tiempos de Cristo: señores barbados con túnicas y enjoyados, con aire de superioridad y prepotencia al enjuiciar. Pero el concepto de fariseo nos ha quedado en la jerga popular como un sinónimo de hipócrita.

Es cierto que, como condición humana, casi siempre de naturaleza más caída que elevada, que la hipocresía es de rango común porque subyace en la naturaleza humana a poco que uno se descuide y sufra de incoherintitis. La hipocresía es difícil de mostrar si no eres una persona pública o bien si tienes una forma específica de vivir la vida por la que puedas ser juzgado como sucede con los cristianos -y de forma muy específica contra los católicos-, precisamente por los que no comparten ese estilo de vida, por ejemplo, ateos, protestantes o instituciones anticlericales como algunos partidos políticos, el defensor del pueblo actual, o ciertas logias dedicadas a corromper a la sociedad desde ciertos espacios de poder como desde algún medio de comunicación, fundaciones, universidades, etc.

Quiero dedicar este espacio precisamente a demostrar que la socialdemocracia, aquello que pretendía ser un referente de socialización del bienestar, cuando los políticos habían moderado sus posturas ideológicas, tanto a la izquierda como a la derecha, y pensaban en cómo mejorar la vida de los ciudadanos con ideas avanzadas (que no progresistas) para armonizar a la sociedad, aplicando con justicia y sosiego los impuestos que recaudaban. Pues amigos, esto ya no es así, no sé ni tan siquiera si era así desde el principio. La socialdemocracia del siglo XXI es la gran sinagoga donde se reúnen los modernos fariseos con corbata, algunos en camiseta, pero sin la kipá.

Son los políticos los que «atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas». No es magia, son nuestros impuestos, cuya presión fiscal en España está en el 53% de la capacidad que tenemos de producir.

«Todo lo hacen para que la gente los vea: usan filacterias grandes y adornan sus ropas con borlas vistosas; se mueren por tener el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, y porque la gente los salude en las plazas y los llame “Rabí”». Así son ellos, nuestros actuales fariseos, se gozan por aparecer en los medios de comunicación y gustan de largar discursos pomposos en los que mienten, insultan y se justifican. Lo más clamoroso que en España hemos vivido en los cinco últimos años han sido los cambios de opinión de Pedro Sánchez.

«¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Recorréis tierra y mar para ganar un solo adepto, y cuando lo habéis logrado lo hacéis dos veces más merecedor del infierno que vosotros». Son los nuevos hipócritas del poder, los mismos que nos imponen por ejemplo la religión climática por la que nos obligan a pagar impuestos sobre carburantes o nos exigen cambiar de coche para ser cada día más verdes y poder entrar en nuestras ciudades, sostenidas gracias a nuestros gravámenes. Sin embargo, ellos se trasladan en Falcon o sus desplazamientos son convoyes de más de trece coches de alta cilindrada, como Joe Biden... Y otros muchos.

«¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Dais la décima parte de vuestras especias: la menta, el anís y el comino. Pero habéis descuidado los asuntos más importantes de la ley, tales como la justicia, la misericordia y la fidelidad». Los fariseos de la actualidad crean leyes que imparten sectarismo e injusticia como con la educación, la igualdad, la inmigración, etc., con el fin de que les sigan aupando o manteniendo en el poder. Y provocan la fractura social, entre familias, en las ciudades o la rotura de la unidad del país con el único fin de vanagloriarse ellos mismos sin que les afecte lo que ordenan para todos.

«¡Guías ciegos! Coláis el mosquito, pero os tragáis el camello. ¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Limpiáis el exterior del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de desenfreno». Los gobernantes solo miran con vehemencia lo que hacen los competidores del poder y se olvidan de sus propias corrupciones ya sean de la razón, la política o del dinero. Muchos hablan de GürtelPokemonCampeón, etc. Mientras que los que lanzan piedras callan sus casos como los EREsTito BerniSanta Coloma, etc. Amén de los casos de inconstitucionalidad o, peor todavía, darse a los enemigos de España y a sus exigencias en las que todos salimos perdiendo menos el Gobierno, que se aúpa de nuevo al poder por encima de nuestras cenizas. Y de su trayectoria histórica, ya ni hablamos.

«¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Construís sepulcros para los profetas y adornáis los monumentos de los justos. Y decís: “Si hubiéramos vivido nosotros en los días de nuestros antepasados, no habríamos sido cómplices de ellos para derramar la sangre de los profetas”». Canallas, que blanqueáis a los asesinos a cambio de vuestro poder. Os olvidáis de nuestros muertos y pisáis sobre los cadáveres que fueron vuestros compañeros, y españoles, como todos. Dais la mano y saludáis desde las fotos como si nada pasara, insultáis con vuestra sonrisa cómplice a todos los que os miran y dejáis sin palabras a los tontos útiles que nunca os replicarán, pero os seguirán votando.

Cristo, en este pasaje del Evangelio de Mateo 24, termina diciendo: «¡Completad de una vez por todas lo que vuestros antepasados comenzaron! ¡Serpientes! ¡Camada de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?».

El arte de la mentira política (Sequitur), de Jonathan Swift. Inútil recordarlo: política y mentira suelen ser buenas compañeras. Parece, sin embargo, que los políticos de hoy mienten con torpeza: seguramente, a no pocos haría bien recordar las recomendaciones que algunos sagaces británicos dejaron escritas allá a principios del siglo XVIII.

Hipocresía (Godot), de Slavoj Žižek. Irónico y mordaz, recorre, en esta serie de textos políticos, los cimientos de las civilizaciones occidentales modernas. La conclusión es cínica. ¿Qué es lo que hace que la realidad sea soportable y podamos enfrentarla? “Lo siento, pero la hipocresía es la base de la civilización. Los rituales y las apariencias sí importan. Si abandonamos las apariencias y enfrentamos la realidad, esta suele ser bastante horrible”.

Vicio, virtud e hipocresía (Rialp), de Rafael Gómez Pérez. El hombre desarrolla conductas éticas positivas, que crean y regeneran tejido social, pero otras veces su actuación es abiertamente negativa. E incluso a veces recurre a la hipocresía en su afán frenético de convertir el vicio en virtud. El autor reflexiona sobre cómo descubrir los tópicos, los eufemismos interesados, las falacias y la frecuente hipocresía, haciendo valorar el atractivo poderoso de la virtud.